El ejercicio del voto debería ser un acto cívico, patriótico, algo así como una ofrenda democrática. A este respecto, hemos de recordar que el siglo XVIII, el siglo de las luces, fue un espacio de fortalecimiento de la democracia por dos eventos de vital importancia: la independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa. Estos dos acontecimientos dieron paso a la soberanía popular y a los derechos individuales, incluso fueron el referente de las independencias latinoamericanas, pues allí reverdeció el demos y el kratos.
Empero en nuestro suelo equinoccial, desde hace 46 años, desde el retorno a la democracia, nuestro voto obligatorio se lo siente como un acto alternativo, vacío de esperanza y sobrecargado de incertidumbre. En un juego con el tiempo, contaban nuestros mayores que, cuando llegaba el día de elecciones, ellos vestían el traje formal, levita y corbata, porque sentían que la patria necesitaba de ese voto para definir el destino del país. Así era.
De un tiempo acá, ir a las urnas se ha convertido en un acto desmotivador, carente de civismo y nada grato para un día de sol. Ya no vestimos con el traje dominguero. Ya no vamos a las urnas con la esperanza de días mejores para nosotros, los ecuatorianos de corazón. Simplemente vamos a votar por una obligación constitucional, pues el voto es obligatorio. Pero esto es lo de menos. Al ser un acto de conciencia, debemos ir a las urnas para salvar a la patria de la desgracia, de la corrupción, de las mafias, de la inseguridad, de jugar con una alternativa que garantice el daño menor para los próximos cuatro años.
Las giras de los candidatos durante su campaña, son el intento de una fiesta democrática en cada ciudad, en cada pueblo; sin embargo, no todo es euforia, grito, levantada de puños. Hoy en día, el Tik – Tok y las escenas prefabricadas y difundidas en YouTube, son las mejores herramientas de nuestra generación digital, lo que se ha convertido en una guerra en la que gana es el que más se impone en estas redes sociales. Qué tiempos aquellos, donde el balcón de don José María Velasco Ibarra se imponía con un discurso profético frente a la multitud que deliraba por un contenido retórico que ni siquiera entendía. A cambio, ganaba los votos con los que fue cinco veces presidente. En fin, los tiempos cambian, la tecnología cambia. Lo que no cambia es la duda, el miedo a que gane lo peor.
Votar llorando, suena a jugar a la suerte, suena a votar por lo menos dañino. Suena a decir “no queda más”. “Votando llorando” dicen en Taiwán. Por acá no hay diferencia. Es por eso que, este próximo domingo, el voto será por salvar a Ecuador de las mafias, a un Ecuador seguro en los caminos que vaya a tomar durante los próximos cuatro años. Este próximo domingo, votaremos con los ojos bien abiertos frente a la amenaza del fraude. Que este domingo, el voto sea un acto de conciencia por la esperanza o por el abismo, por la razón y la libertad, o por el garrote; por la prosperidad o por la venganza contundente; por seguir compartiendo las ideas, o porque sean estas las últimas líneas. Escoja usted, amigo lector.
Lo peor de todo es que Luisa será electa.
Este artículo refleja el fracaso institucional crónico del Ecuador democrático. La política perdió su esencia y el ciudadano perdió la fe. Pero también es un llamado a no rendirse, porque incluso cuando uno vota con lágrimas, sigue siendo mejor que entregarse a la indiferencia.