Todos, en algún momento, escuchamos hablar del cuco. Ese monstruo que acecha bajo cualquier sombra, la cama y aparece en toda circunstancia. El cuco no descansa, no distingue estrato social, edad o religión. Así debemos entender a la minería ilegal: un cuco moderno, voraz, que no distingue fronteras, ni respeta leyes; que contamina todo lo que toca y se instala en lo más profundo del país y de la región.
Este cuco ha crecido tanto que ya no se esconde. Está presente en las áreas protegidas, en zonas remotas del Oriente, en regiones fronterizas, a plena luz del día, frente a autoridades que parecen no verlo. Ha invadido territorios como el Parque Nacional Sangay, la Cordillera del Cóndor y el Podocarpus, en el Carchi. También Zamora Chinchipe, Guayas y Loja y muchas otras zonas de altísima biodiversidad, que hoy son campos minados, en sentido literal y figurado. Zonas dónde el daño ambiental será irreparable si no hacemos algo.
La minería ilegal deja detrás erosión de suelos, contaminación de ríos, migración especies, deforestación, pero además intoxicación social.
Y ese cuco se ubica, principalmente, en comunidades vulnerables y se alimenta del abandono estatal, de la pobreza, de la falta de oportunidades, del hambre. El cuco llega con promesas de progreso y futuro, con el tiempo se instala y corroe el tejido social. Trae consigo prostitución, violencia, crimen organizado, corrupción. Hace alianzas con bandas armadas, compra voluntades, penetra las estructuras estatales. Y genera tanto dinero que pueden hacerlo sin miedo. Solo en los últimos años, la minería ilegal del oro habría movido alrededor de $1.300 millones, según datos compartidos por la exministra del Interior, Mónica Palencia, y reportados por la revista Minergía.
¿Cómo enfrentarlo cuando su poder económico supera el del Estado en ciertas zonas?
La minería ilegal dejó de ser un problema ambiental —aunque lo es, y de los más graves— para convertirse en un desafío nacional, regional y transnacional. Este cuco está en Perú, Colombia, Brasil, Venezuela y se mueve con la facilidad de quien sabe que nadie quiere (o puede) enfrentarlo de verdad.
Por eso, urge una estrategia coordinada, no solo entre ministerios, sino entre países. Porque este monstruo no conoce límites y traspasa fronteras.
Ese es el verdadero cuco que tenemos hoy. Y no se irá con rezos, ni linternas bajo la cama. Se necesita decisión política, coordinación, recursos y, sobre todo, voluntad. ¿Tenemos todo eso? No lo sé. Pero lo que sí sé es que si seguimos ignorándolo, este cuco terminará por devorarnos.
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