De Hassaurek para Ecuador

Abr 3, 2025

Por Kléver Bravo

A inicios de los noventa del siglo pasado, se publicó un libro que lleva por título Cuatro años entre los ecuatorianos. Para Ecuador debería ser un clásico, pero como en estos lares apenas se lee medio libro por persona y por año, esta crónica del diplomático estadounidense Friedrich Hassaurek, quedó apenas para una conversación de café o un ligero comentario en los pasillos universitarios. Sea lo que sea, el contenido de este libro resulta ser una descripción cruda y despiadada sobre la cultura nacional, ya que fue captada por el embajador estadounidense en tiempos del primer gobierno de García Moreno, 1861 – 1865. Sus ganas de conocer y su espíritu viajero, le permitió llegar hasta el alma de los ecuatorianos, pasando –obviamente- por la descripción de los defectos colectivos.     

De los 16 capítulos de este libro, los cinco primeros están dedicados al viaje de Guayaquil a Quito, pasando por Babahoyo, Guaranda, Mocha, Machachi, Tambillo. Empieza por Guayaquil diciendo que “el Malecón y unas pocas calles se hallan en un estado de limpieza tolerable, pero la parte periférica de la ciudad y los callejones son increíblemente sucios…” “En los suburbios, las casas de los pobres son tan miserables como las viviendas primitivas que encontramos en la selva tropical”.

Ya en el ascenso a la cordillera, admira la cosa más bella del planeta: el paisaje andino, engalanado por los nevados e interrumpido el cielo por un gran número de cóndores. Y en una planicie serraniega, “millones de mariposas blancas se arremolinan alrededor de uno mientras se cabalga”. Pero de sus pobladores, el relato dice: “viven su vida en una cándida ignorancia del mundo exterior… La gente pasa el día mirando al vacío o chismorreando. Solo una pelea de gallos o un buen caballo pueden despertar de su apatía; no parecen tener más propósito en la vida que calentarse con sus pesados ponchos y comer cuando tienen hambre”. “…Su mayor placer es el aguardiente”.

Ya en la capital, su descripción va más a lo social: “los sirvientes son baratos, ociosos y de poca confianza”. “La cocinera lleva a su familia consigo, permitiendo que sus niños sucios merodeen por la cocina… Con frecuencia se encuentran cabellos en la comida…”. Y lo más incómodo: las pulgas. “Cuando un cuarto ha permanecido cerrado por algún tiempo, se suele traer a una oveja, de modo que todas las pulgas se vayan con el animal”.

De toda esta crítica, hay algo que llenó de admiración y respeto en sus páginas. Habla de tres pueblos cuya gente sobresale por ser laboriosa, trabajadora y de ingenio: Cotacachi, Atuntaqui y Guano. Su espíritu viajero y observador, lo llevó a estas tierras donde pudo apreciar el talento natural de los artesanos de esos poblados y su producción empeñosa y entusiasta.

De vuelta a Quito, volvía a tomar su pluma para detallar cómo “hombres, mujeres y niños de todas las edades y colores pueden ser vistos en media calle y a la luz del día haciendo sus necesidades”. Así también: “Ver a un hombre sacándose una pulga de su corbata y matarla con sus dientes…”. Por otro lado, vale la pena tomar en cuenta lo que dice sobre la desconfianza de la sociedad de aquel entonces: “Una parte importante del carácter del serrano es la gran desconfianza que tiene con sus paisanos, lo cual excluye toda posibilidad de que exista un espíritu de asociación”.

En las familias grandes y ricas no faltaba en el pelotón de sirvientes la ama de llaves, mujer que era la primera que robaba, ratificando el autor que “la gente común no considera el robar como un pecado”. Efectivamente. Aquí: robar no es pecado… Nunca lo fue. Sobre este vicio, nos recuerda que, terminada la misa del Viernes Santo, los feligreses salían arrepentidos de sus pecados, pero en la montonera, no faltaban las manos que se estiraban en los bolsillos ajenos.

En segunda vuelta sobre las familias ricas y poderosas, dice que “su educación, al igual que su culto religioso, es solo una apariencia externa que tiene que ver muy poco con el corazón… Con la misma inconsciencia con que murmuran y rezan sus rosarios y letanías, practican sus ofertas y cumplidos”, ya que “su educación es bastante descuidada… Es como el suelo de su terruño: fértil, pero poco cultivado”.

Así se despide Hassaurek en su libro: “Dejaré para siempre este interesante país, sumido en el silencio de su destrucción indolente y acariciado por la majestad de sus montañas. Los lugares por los que pasé se me vendrán con los años como la memoria de un sueño olvidado, pero hermoso… Ningún paisaje me ha causado una impresión tan intensa y duradera en el espíritu como el de los Andes…”. 



1 Comentario

  1. Los testimonios del diplomático. mencionado deben ser tomados con mucha cautela por varias razones. Desde siempre, ya en su nativa Europa, mostró una antipatía visceral contra todo lo que tuviera que ver con el catolicismo y con los países latinos; sus prejuicios son evidentes. Por otra parte, se sabe que era alcohólico, habiendo llegado ya a la mitomanía y a las fantasías etílicas. Esta aclaración no pretende negar los defectos y errores en los que hemos caído los ecuatorianos antes y ahora.

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