El pasado viernes, el Tribunal Contencioso Electoral (TCE) emitió una decisión clave: ordenó que, en un plazo de quince días, el Consejo Nacional Electoral (CNE) entregue los formularios necesarios para la recolección de firmas con el fin de iniciar la revocatoria de mandato del alcalde de Quito, Pabel Muñoz. Esta solicitud fue presentada por el Dr. Néstor Marroquín, quien lidera este proceso ciudadano.
La respuesta del alcalde no se hizo esperar. Con un tono poco diplomático, Muñoz calificó como “mamarrachos” a quienes cuestionan su gestión. Una reacción que, lejos de calmar los ánimos, encendió aún más el debate.
Pero, ¿desde cuándo disentir convierte a la ciudadanía en enemigos públicos? Nadie en Quito está en contra de obras y servicios. Lo que la gente reclama es simple: eficiencia, transparencia y resultados. Y, aunque no exigimos medallas, tampoco estamos aquí para aplaudir cada acción como si fuera un favor personal.
Más llamativo aún es el aparente desconcierto del alcalde ante la posibilidad real de la revocatoria. Su indignación levanta una pregunta válida: ¿qué certeza tenía para estar tan seguro de que este proceso no avanzaría? Porque esa sorpresa, más que genuina, parece fruto de expectativas no cumplidas.
Un punto que no pasa desapercibido es el inmediato despliegue comunicacional. Desde el viernes, hemos visto al Municipio generar contenido y movilizar recursos públicos en lo que parece ser una incipiente campaña por el NO, utilizando incluso eventos oficiales como plataforma.
Sin embargo, la mejor campaña para mantenerse en el cargo no es la mediática, sino la tangible: una gestión eficiente, empresas públicas cumpliendo sus presupuestos, servicios de calidad y una ciudad limpia, ordenada y funcional. Hoy, Quito enfrenta calles sucias, caos urbano y un descontrol creciente, mientras las agencias encargadas brillan por su ausencia y su pobre ejecución presupuestaria.
Lo que viene no será sencillo. Meses de confrontación política, ataques verbales y una avalancha de publicidad están a la vuelta de la esquina. Pero todo esto podría haberse evitado si desde el inicio la administración municipal hubiera priorizado servir a la ciudadanía, en lugar de dividirla o refugiarse en discursos grandilocuentes.
La revocatoria no debería ser vista como una amenaza, sino como un recordatorio: los ciudadanos son los verdaderos jefes de la ciudad.
¡Que viva Quito y que vivan sus ciudadanos valientes!
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