Un año de duelo

Mar 8, 2025

Por Luis Antonio Guijarro

A Ecuador viajé varias veces hace un año por el estado de salud de mis padres. Mamá partió primero y papá le siguió a los dos meses. La muerte les separó luego de 64 años de matrimonio. Era la primera vez que llegaba a Quito y ellos no estaban en el aeropuerto. Ese fue un rito que en mi familia se respetaba a rajatabla y que era particularmente hermoso y emocionante, porque uno se fundía en abrazos y besos sinceros con los que sentías una inmensa felicidad. De inmediato se eliminaba cualquier cansancio e infundían la paz de saber que has llegado, que has llegado al lugar dónde naciste y te criaste. Esa casa que es el centro en que gravitan todos los hermanos y sus familias; como también los parientes y los amigos de todos, algunos desde la infancia.

Las despedidas en cambio acordamos que las hacíamos en casa. No por eso eran menos dolorosas, pero más llevaderas, tal vez por estar acompañadas de la ilusión de saber que luego de un par de meses volveríamos a vernos. Eran despedidas temporales que empezaban a contar cuando uno se contactaba nuevamente para informar que se había llegado al destino con bien, sin contratiempos. Los padres se preocupan de todos sus hijos hasta el último respiro.

Los últimos diez años me acompañaba esa maldita certeza de saber que un día sería la despedida definitiva, con la incertidumbre de que podría ser en cualquier momento. Cada viaje, cada despedida venía acompañada de esta terrible sensación, con la que no queda más que convivir; a diferencia de los hermanos o familiares que están al cuidado de los padres, directa o indirectamente, y tienen la opción de acompañarlos en sus enfermedades y enfrentar las dificultades, sustos y el cansancio que eso implica. Afuera uno se siente un espectador que vive en un mundo virtual, irreal, pero que es de uno; son años de permanente zozobra de pensar que el día de la despedida final, tal vez uno no alcance a llegar para despedirse con un abrazo, como un tributo y un agradecimiento. Es el estado de Matrix que impone el saber que la parca va a tocar la puerta y uno no sabe si está en el mundo correcto.

El día que los padres se van, se corta de verdad el cordón umbilical y se empieza a percibir el mundo de manera distinta. El centro gravitacional, el pilar de tus cimientos, desaparece. Se despliega de pronto otro mundo que está ligado al ritual de la muerte, influenciado por las tradiciones culturales y también por el negocio alrededor, hay que enfrentar a aseguradoras sinvergüenzas y otros trámites administrativos, todo en una pequeña ventana de tiempo.

Como todo, también hay una parte positiva hasta en la muerte, y que son las muestras de sincero cariño y apoyo; además de un renacer de relaciones con parientes y amigos con los que uno no tenía contacto hace muchos años. Siento que la muerte de los seres queridos te abre un viaje y un despertar al sufrimiento, que se comparte con el destino de otros seres que fallecieron el mismo día y que están en la misma funeraria, siendo testigos del dolor que ellos están también sintiendo. En nuestra cosmovisión andina, la Madre Tierra nos da la vida y también la recibe, por eso entiendo tanto a todas esas personas que perdieron a sus seres queridos, hijos, padres, hermanos, hermanas fuera del país y se los trajeron de vuelta para ser enterrados allí, en el seno de la Pachamama.

La muerte produce el mismo dolor independientemente de la raza o del país en que uno se encuentre. En uno de mis viajes por trabajo a Vietnam acompañé a un colega vietnamita cuando su padre murió. El duelo por los padres o abuelos es especialmente significativo en todas las culturas; y en Vietnam se considera un deber filial honrar a los mayores más allá de su muerte. Las tradiciones funerarias están influenciadas por el budismo que enfatizan la reencarnación y la importancia de guiar el alma del difunto hacia el más allá. Se cree que el alma del difunto puede quedarse “atrapada” si no se realizan los rituales adecuados. Hay también grandes diferencias como la del color tradicional de luto; en Vietnam es el blanco porque simboliza la pureza y el respeto por el difunto.

Mi más sentido pésame a todos quienes han perdido un ser querido; en especial a todos los que mueren y no tienen quién les recuerde, y a aquellos que no pudieron ir al funeral de un amante por miedo a ser criticados socialmente. Un sincero abrazo y fuerza a quienes están en ese proceso.

En Vietnam se cree que los difuntos continúan influyendo positivamente en la vida de los deudos y mantienen su memoria siempre viva, los mencionan todo el tiempo y ríen de las ocurrencias del difunto cuando vivía en este mundo. Yo llevo mi duelo a lo vietnamita.



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