La escena parecía sacada de una película de gánsteres con pretensiones de santidad. En el Despacho Oval, Donald Trump y J.D. Vance asumieron el papel de inquisidores de Volodímir Zelenski, sometiéndolo a un interrogatorio que evocaba más las tácticas de Torquemada que un encuentro diplomático. Le recordaron, con una mezcla de superioridad y pragmatismo, que la guerra no es solo suya, que la ayuda tiene un precio y que el destino de Ucrania podría definirse sin él. Los amos del mundo, tan generosos, decidiendo el destino de una nación soberana.
Lo verdaderamente grotesco de esta escena, más allá de su expulsión de la Casa Blanca, es la manera en que Zelenski fue relegado al papel de acusado, como si la soberanía de su pueblo fuera una cuestión menor, un detalle insignificante en el vasto escenario geopolítico donde lo primordial es restaurar la grandeza del imperio ruso. ¿Se pretende realmente distanciar a Rusia de China o crear una alianza que debilita aún más a Europa?
Durante más de ochenta años, la seguridad europea se basó en una firme alianza transatlántica, con Estados Unidos como pilar de estabilidad. Si Washington abandona su enfoque sobre la agresión rusa, Europa se enfrenta a una era de incertidumbre, obligada a reforzar su autonomía estratégica y reducir su dependencia militar de Estados Unidos. La ilusión de protección perpetua se desmorona y, con ella, la estructura de poder que definió la segunda mitad del siglo XX.
Además, el reciente mensaje de Zelenski a Trump, tras el anuncio del cese de la ayuda militar, revela un claro sometimiento. Al mostrar su disposición a negociar bajo los términos impuestos por Estados Unidos, Ucrania no solo cede ante la presión externa, sino que convierte sus recursos estratégicos en simples peones en un juego geopolítico. Esta dinámica refleja la despiadada lógica del darwinismo imperial. La historia se repite.
Sin embargo, la decisión de Trump ha puesto en evidencia un fracaso histórico de Putin. Como señala el historiador franco-mexicano Jean Meyer, puede que el Kremlin acabe quedándose con un 20% del territorio ucraniano si Trump decide regalarlo, pero el precio de esa conquista ha sido la consolidación definitiva de la nación ucraniana. A sangre y fuego, Moscú ha fraguado una conciencia colectiva que hoy se erige con una fuerza inquebrantable. Ucrania existe, y quizás sea la nación-estado cuya consolidación ha sido más decisiva en Europa en tiempos recientes.
0 comentarios