El cine viene bien en las horas del tiempo libre, y viene mejor cuando se tiene un hijo adolescente que quiere celebrar su cumpleaños con este tipo de diversión, especialmente cuando se trata de héroes que salvan el mundo gracias al ingenio y los efectos especiales de Hollywood, la empresa estadounidense que cosecha grandes éxitos, dado que sus películas siempre tienen un final feliz; además, porque en sus contenidos: el bien aplasta al mal, los buenos luchan y vencen a los villanos; y, porque los episodios siempre se basan en la belleza de sus actores y actrices, tanto como la lucha por la verdad y la justicia… En fin, así es el cine, así se divierte la gente. Incluso con una buena película se puede celebrar los cumpleaños.
Mientras rodaba la película del Capitán América, viene a la mente –por instinto- la grave crisis de inseguridad por la que estamos viviendo. Mejor dicho, lo que narra la película, se cruza inevitablemente con nuestra realidad nacional: las imágenes de la pantalla grande describen el peligro que corre la Casa Blanca y un presidente que es manipulado por un mafioso a través de la inteligencia artificial. Estas escenas nos hacen ver que los malos tratan de recuperar el arma letal que la robaron y que el Capitán América la recuperó y entregó al Gobierno norteamericano, al tiempo en que hay un intento de asesinato a la primera autoridad, lo que provoca una amenaza de guerra entre dos potencias mundiales.
El poder del guion en la pantalla gigante, frente al poder de los grupos de delincuencia organizada en Ecuador, nos convierte en unos quijotes nacionales. Sí. Observando al Capitán América, recordamos a nuestra fuerza pública que lucha incansablemente por recuperar el membrete de “isla de paz” que algún día lo teníamos, tomando en cuenta que esta es una guerra asimétrica, donde el enemigo está oculto en cualquier rincón del territorio o en cualquier casucha de los barrios urbano marginales, junto con su equipo de matones, en medio de toneladas de droga, portando armas de alto calibre y con un salario sonante y contante que viene del lavado de activos y del poder económico que provee el narcotráfico, la minería ilegal y el tráfico de armas.
Es de recordar que este enemigo no tiene uniforme, pero tiene tatuajes que le dan un signo de pertenencia a una de las 22 bandas criminales que nos amenazan día a día. De igual manera, este enemigo está muy bien armado y perfectamente organizado con carteles y grupos de delincuencia transnacional. No obstante, nadie se dio cuenta que ese membrete de “isla de paz” lo perdimos con la ciudadanía universal y con el financiamiento de las FARC para la campaña política.
¿Acaso esta película nos invita a soñar con un Capitán América criollo, o con la novia de Sansón agarrando una sartén y matando a miles de sicarios y delincuentes políticos? No. La realidad es que los héroes de Hollywood son los héroes de Hollywood, cuya audacia se queda en las salas de cine. Acá se necesita dar un primer paso: educar a la población en un valor impostergable llamado honestidad. Honestidad para manejar las finanzas públicas, honestidad para combatir a las mafias, honestidad para darle guerra a la mediocridad, honestidad para creer en nosotros. Así es.
En la década de los noventa del siglo pasado se publicó un libro titulado Cuatro años entre los ecuatorianos, de Friedrich Hassaurek. En una de sus páginas dice que, en Ecuador, “robar no es delito”. Para eso se necesita poner en práctica la honestidad: para definir con claridad qué es ser ladrón y qué es ser honrado, o para reescribir la línea entre el bien y el mal.
Los héroes de Hollywood están para divertirnos, mientras que la honestidad está para construir la restauración moral que tanta falta hace. Aquí está la respuesta a la pregunta: ¿Hace falta un Capitán América en Ecuador?
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