No parece tan dura la campaña como se pensaba; basta examinar las acusaciones mutuas entre los partidos de los candidatos y sus familias, como esas acusaciones entre la alcaldía de Guayaquil y la presidencia respecto de los negocios de combustibles. Acusaciones mutuas suelen ser vanas, como sugiere con ironía el refrán venezolano: “cachicamo (armadillo) diciéndole a morrocoy (tortuga) conchudo”.
El sentido común dice que ganará la segunda vuelta el candidato que menos errores cometa. Claro que está más expuesto a cometer errores el que gobierna que quien no hace nada, pero gobernar tiene también ventajas porque puede hacer lo que el otro candidato solo puede ofrecer. Los hechos son más elocuentes que las palabras.
El empate electoral nos ha dicho muchas cosas, según quien quiera leerlo. Entre otras cosas, nos ha dicho que el pueblo no distingue muy bien las diferencias entre los candidatos. Los contrincantes son Noboa y Correa, Luisa es una candidata vicaria y sería presidenta vicaria en caso de ganar las elecciones.
Los dos partidos apoyan la ayuda militar para enfrentar la violencia, los dos aseguran la dolarización, los dos niegan una reedición de la ley mordaza y seguirán evitando que aparezcan diferencias. En la noche de la información todos los gatos son pardos.
Los candidatos finalistas han pasado más de un año escenificando acuerdos y desacuerdos, haciendo campaña anticipada, polarizando la política y excluyendo a los contrincantes. Ahora están en igualdad de condiciones y es la hora de la verdad; cada movimiento es calculado porque puede definir la victoria o la derrota.
Los electores están esperando que aparezcan las diferencias que los finalistas han ocultado hasta ahora. El debate tal vez permita ver las diferencias y ayude a decidir el voto entre la gente que quiere una economía de mercado y libertad y la gente que prefiere un Estado que controle todo y organice colas para comprar comida. Todavía no aparecen las diferencias verdaderas.
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