El juego que Donald Trump mejor juega y más le gusta es el talk show. Nadie puede poner en duda que el hombre tiene más experiencia en los sets de televisión que en eso de andar gobernando todo “lo democráticamente” que la coyuntura lo permita. Viene de dar muestras de ello en una jornada, la del pasado viernes, para muchos, “histórica”. No solo en términos geopolíticos, sino por las heridas irreparables que el mandatario estadounidense y sus “hombres”, J.D. Vance y Marco Rubio, con la colaboración del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, le perpetraron a la diplomacia.
Cuando se carece de recursos intelectuales o políticos a la mano, siempre aparecen herramientas del pasado.
En el caso de Trump, tan acostumbrado a negociar con los “Joe Bananas” que pululan en el rubro de la construcción de su país, más que con líderes de peso, ahí está El aprendiz, aquel programa televisivo que le dio esa popularidad que no suelen brindar las fortunas bien o mal habidas.
Huelga repasar las sandeces que el jefe de la Casa Blanca y sus hombres le propinaron al cómico “aprendiz” (en todo lo que tenga que ver con los intereses globales), presidente de un país estratégico como Ucrania, por su ubicación geográfica, pero mucho más por sus riquezas alimentarias y mineras.
Ahora, y gracias a la magia del vivo en materia comunicacional, ya no quedan dudas de que lo que se disputa en Ucrania va mucho más allá de una invasión, con la que en su momento Rusia avanzó por verse estratégicamente cercada, según la tesis de Moscú, por la OTAN y Washignton.
Las inexactitudes discursivas de Trump, la escasez de recursos de Zelenski como toda defensa de los intereses de su país y el grotesco de Vance y Rubio (casi imitando a Tom Hagen y Peter Clemenza de la saga de El Padrino), pusieron de manifiesto que nada importa, salvo hacerse de una tajada lo más grande posible de los recursos naturales ucranianos, a la hora de la repartija.
Unos días antes del talk show hubo un ensayo con el ambivalente de Emmanuel Macron, quien también pudo experimentar en carne propia el maltrato de parte del sheriff Donald. Va siendo hora de que los líderes europeos o de cualquier parte del mundo vayan tomando en cuenta que hay una nueva realidad, incluso a niveles gubernamentales y diplomáticos, donde los dueños del poder global están absolutamente decididos a prescindir de todo lo que huela a política. Ya no necesitan intermediación. Envían a sus muchachos “a hacerles una oferta que no podrán rechazar”, como la de Trump a Zelenski: “Vuelve cuando estés listo para firmar la paz…”.
Por si no se había enterado, el presidente ucraniano jugó un tristísimo papel en toda esta historia. Fue usado en su momento para entrar en una guerra que se pudo haber evitado, como todas, le hicieron creer que se había convertido en “el adalid del mundo libre”, lo embadurnaron de millones de dólares, lo arroparon los figurones europeos, después de aquel cónclave de “alto nivel” (¿humorístico?) con Boris Johnson en abril de 2022 en Kiev y ahora, cuando la orden para Trump es focalizarse en China, lo arrojan a la basura como al envoltorio de los cigarros, tras fumarle hasta la última colilla. Incluso el histriónico Javier Milei (hasta hace unos días, “un aliado de hierro” de la causa ucraniana) le quitó el cuerpo.
Lo del pasado viernes aparece como un mensaje para el presidente argentino, pop star del trumpismo, etapa fundacional del “tecnofeudalismo” —al decir del siempre indispensable Yanis Varoufakis—, y, por qué no, para otros de sus estirpe que se anotan en la lista de los “nunca vistos” en sus respectivos países. Si es que realmente persiguieran intenciones de cambio, comprenderían cuál es el papel que le espera en ese universo: el de una suerte de Zelenski del fin del mundo.
Y es que, cada vez más, el poder va a estar administrado por sus propios dueños. Para muestra, solo basta repasar el currículum de Friedrich Merz, el líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) alemana, y observar que tuvo a su cargo, hace algunos años ya, la filial local del Black Rock Group. Y como es de público conocimiento, “la famiglia” no suele prescindir de sus hombres así nomás. Salvo cuando ya no les sirven o cuando se atreven a disentir con las directivas, como acaba de ocurrir con ese humorista que nunca debió dejar de serlo: el aprendiz Volodímir Zelenski.
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