Israel se encuentra en la actualidad aún en guerra en Gaza a pesar de que los líderes de Hamás y Hezbolá han sido eliminados y su capacidad bélica reducida a un mínimo, y hay un plan en etapas de cese al fuego. Sin embargo, Tel Aviv continúa con una política de castigo colectivo y de expansión territorial que ha llegado hasta el Líbano. El número de víctimas en la actualidad -depende de las fuentes de información- llegan a 49.000 personas, de las cuales 48.000 son palestinos, la mayoría mujeres y niños. Muchos han muerto o han sido gravemente heridos no solo por bombardeos o por haber sido asesinados a mansalva, sino por el impedimento del ejército israelí de dar paso a los convoyes de alimentos y agua para una población indefensa. El hambre y la sed como arma de guerra.
Políticos y oficiales del ejército israelí no tienen el mínimo empacho en declarar que en esta guerra no existen víctimas civiles sino palestinos y que los niños palestinos no son más que futuros terroristas que tienen que ser eliminados de todas maneras. Así es como se transportan miles de cadáveres en bulldozers, se tortura, se viola y no se puede decir nada, a fin de cuenta acorde a declaraciones israelíes oficiales “el ejército israelí es el ejército mas moral y transparente del mundo”. Menos mal.
Se trata de hacernos a todos entender que Israel no sólo está defendiendo la única democracia de la región (lo que no es cierto) sino sobre todo que está en lucha abierta contra el terrorismo proveniente del mundo árabe y musulmán, que son sinónimo de fanatismo y oscurantismo. Y que hay que hacer frente en alianza con quienes practican y comparten los mismos sagrados valores morales provenientes del judaísmo y el cristianismo: EE.UU., Europa e Israel. ¡Alabado sea el Señor!
Vale la pena recordar que Hamás, fundado oficialmente en 1987, durante la primera Intifada, fue una organización cuyo nacimiento y crecimiento fue directa o indirectamente apoyado por Israel desde la década de los 70, como una medida de división y debilitamiento de la OLP.
Indignante me resulta comprobar que la prensa “del mundo libre” manejada a nivel mundial por EE.UU., no solo que no crítica los sucesos genocidas en Palestina, sino que ha redefinido el “antisemitismo” de manera tal que si uno no aplaude lo que hace Israel se odia automáticamente a los judíos y se está en contra del derecho divino del pueblo israelí a un estado que es la condición sine qua non para la supervivencia del pueblo judío.
Se tiene entonces que aceptar sin rechistar la solución de Trump que los EE.UU. tome el control total de la franja de Gaza para la cual los 2,3 millones de palestinos deben ser oficialmente desplazados y distribuidos en los países vecinos. ¿Qué culpa tiene Trump si los palestinos se equivocaron de Dios? Y, por ende, no tienen ningún derecho y menos a un Estado.
Da la sensación de que la propuesta de Trump tomó por sorpresa no solo a su propio gobierno sino también al mismo Netanyahu que casi con lagrimas en los ojos agradecía en secreto a Dios que le haya enviado a este mesías de Trump, quien ve la política exterior como un negocio inmobiliario. No le importa que el derecho que no le dé la razón y menos aún el derecho internacional, porque desde su cosmovisión su país y él mismo son la encarnación del derecho.
Recordemos sus insólitas declaraciones de que simplemente no se puede llevar a juicio internacional ni a ciudadanos estadounidenses ni a sus aliados. ¡Qué atrevimiento! Por favor, a quién se le ocurre que Israel pueda ser demandado frente a la Corte Internacional de Justicia exigiendo medidas cautelares con respecto al derecho del pueblo palestino a “ser protegido de actos de genocidio y actos prohibidos conexos”, demanda presentada hace un año además por un país africano (Sudáfrica) ¡qué afrenta! Aún peor, que se emita en noviembre del 2024 un dictamen de orden de detención por parte del Tribunal Penal Internacional contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el exministro de Defensa, Yoav Gallant, entre otros crímenes, por usar el hambre como arma de guerra, que está tipificado como crimen de guerra.
A Trump no le interesa ni el derecho ni la diplomacia, a menos que esta resulte en un negocio favorable a sus intereses. Tal vez estábamos muy acostumbrados a los dobles estándares e hipocresía de la política estadounidense y sus aliados, y nos cuesta ahora aceptar un nuevo estilo de gobernar, de expresar decisiones e ideas sin filtro alguno, sin necesidad de justificarlas basándose en los altos y únicos valores morales válidos de occidente y de la democracia. ¿Será que tenemos que ponernos a rezar?
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