En el complejo contexto electoral en que vivimos es preciso enfocar claramente nuestra perspectiva para analizarlo. Esto, sin duda, es la mejor herramienta para situar de manera adecuada la problemática compleja que vive el país en diversos niveles y ámbitos penetrada transversalmente por la tríada: corrupción, impunidad, consolidación de un esquema de criminalidad organizada y narcotráfico, como punta del iceberg, cuando el grueso de la policrisis que vive el país, se mueve gran parte de veces entre especulaciones que están atrapadas en la “la moda” de muchos expertos en seguridad y riesgo que se han multiplicado en nuestro contexto de manera rápida, sospechosa y hasta inexplicable. En este contexto la ecuación proceso / resultados electorales/ contextos – locales, nacionales y regionales se ha derivado en unas práctica de discurso – deslizada desde las propias estructuras políticas y partidos- polarizada, lineal e irreconciliable, y amplificada en algunos casos con responsabilidad y en otros amplificadores con tiene de espectáculo, tanto en los medios considerados tradicionales, en los medios alternativos y, hoy, al parecer con una preeminencia en las redes sociales. Y es que todo este proceso electoral, no puede ser construido ni socializado, sino es bajo la comprensión de que la forma de configurarlo y presentarse ante los ciudadanos es a través de múltiples materialidades como las palabras, las conductas no verbales, las escenas, recursos simbólicos (eslóganes, indumentaria identitaria, colores) que se constituyen en lugares privilegiados, cambiantes y mutables del lugar privilegiado del poder e ideología y los funcionamientos de la política y su carácter performativo; es decir, los sujetos políticos mediados por discursos que generan acciones y construyen realidades.
Por tanto, la claridad en la proyección de las prácticas discursivas, la construcción de los discursos, la selección del tipo de narrativas en torno a la problemática de seguridad, de manera particular en la campaña electoral, exigen consideraciones éticas y de responsabilidad social frente a lo que se dice; en suma, ante la palabra. Los candidatos a cualquier dignidad “se supone están conscientes” de la construcción del discurso- no equiparables solo con palabras- sino a todo el espectro de condiciones en donde se configuran redes de significados, intenciones, referencias para la práctica de los actores de la sociedad particularmente los electores-. Igualmente, quienes ejercen las labores de reproducción y difusión de tales posturas, periodistas, analistas, stakeholders, académicos, analistas deberían tener claridad desde dónde está hablando, para qué y para quién y bajo qué condiciones a fin de dimensionar hasta dónde pueden calar en las mentes, emociones y acciones de los sujetos de la sociedad lo que circula en significados y sentidos fabricados en las campañas políticas, con sellos de fábrica propios. Así no debemos confiarnos en lo que se dice abiertamente como discurso político en tiempo de elecciones, es decir en el árbol aislado, sino situarlo en medio del bosque. Es así que lo que se construye en torno a la crisis de seguridad, violencia, causas y a las medidas para hacerlas frente están en relación directa con la intencionalidad de cada candidato, su mirada, su parecer; ofrecen tantas y variadas soluciones “casi mágicas” frente a un entramado de problemáticas que, jugándose en el país, son derivativas de crisis más amplias. Nuestra grave crisis de inseguridad y violencia hunde sus raíces en lo global, en lo regional y lo local y, precisamente por ello, debe ser leída adecuadamente e interpretada integralmente por parte de los mediadores simbólicos (periodistas, investigadores, académicos, tomadores de decisión, políticos). Esto sería un gran aporte para la comprensión y alcance de la inseguridad y violencia por parte de los ciudadanos, más allá de las coyunturas electorales.
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