De aquellas promesas de campaña, en cuanto a poner fin a la guerra de Ucrania, a este presente poco ha cambiado en la agenda de Donald Trump. El plan para darle un punto final al conflicto que, advirtió, le presentaría a Vladímir Putin sigue brillando por su ausencia. Nada que nos haga desesperar, porque el hombre anduvo metido en otras cuestiones. Se ocupó de apretar y amenazar, para aflojar luego, con México y Canadá, mantener el pulso más o menos firme con su verdadera obsesión que es China y blanquear los planes de la “elite” que lo devolvió, con nuevos bríos a la Casa Blanca.
Lo repite Jacques Trudeau, el saliente primer ministro canadiense, en cuanto a que el presidente estadounidense “no miente” cuando jura querer anexar a Canadá. Y si Donald y su pandilla son gente de palabra, ya advirtieron que quieren controlar la reconstrucción de Gaza, como más temprano que tarde reconstruirán todo lo que haya que reconstruir en Ucrania.
Esas son las virtudes que nos deja la era de la globalización en los albores del tecnofeudalismo que va ganando su lugar limando la democracia en todas sus formas. Te crea el problema, lo desarrolla y después te brinda “la solución” a gusto y piacere de los mismos de siempre. Nada que la historia no haya registrado en el siglo pasado. Son los mismos que planifican, estructuran e impulsan las guerras, para fortalecer al conglomerado industrial-militar, en manos de Black Rock y otros viejos conocidos, los mismos que después van a ocuparse de la reconstrucción de todo lo destruido (salvo los millones de vidas), pero en el caso particular de Gaza, sin sus habitantes dentro. Los que serían deportados y trasladados allí, algún desierto en donde puedan recibirlos.
El summum del pragmatismo, ahora que las ideologías “las dan por moneditas y la razón la tiene el de más guita (dinero)…” (con la licencia de Discépolo). Una suerte de Plan Marshall 2.0, teniendo en cuenta que aquel esquema para recuperar Europa fue el punto de partida de una reconfiguración del mundo de posguerra. El que se fue plasmando, sin pausa, continuó por distintas vías al tiempo. El Concilio Vaticano II y la Guerra Fría, la construcción de la Unión Europea —hoy amenazada como nunca antes—, cuyo diseño y control (OTAN mediante) estuvo pautado para, siquiera intentar, sumar a Rusia tras la caída de la Cortina de Hierro, a fines de los 80. Justo en el cenit del proceso de globalización en el que todos, de una forma u otra, colaboraron y colaboran con Estados Unidos y Gran Bretaña, hasta haber labrado este presente tan perturbador.
Poco importa el signo político de los gobiernos. Olaf Scholz, la cara visible de un gobierno tripartito, apostando contra los grandes intereses nacionales, o si Pedro Sánchez, disfrazándose de un revolucionario de café, se anota en primera fila para enviar armas a Ucrania, o que el húngaro Viktor Orbán juegue a ser el Benito Mussolini de la posverdad. Todos son funcionales a esa misma “elite” que ahora, bajo la gerencia de Trump, le allana el camino a Benjamin Netanyahu, en su intención desembozada de anexar Gaza, tras el genocidio perpetrado, mientras intenta recuperar la impronta imperial estadounidense, cueste lo que cueste.
Un papel similar es el que, desde los confines del mundo, pretende desempeñar el “genio estridente” de Javier Milei, quien, en medio del marasmo económico que vive su país, parece haber adquirido la franquicia del trumpismo en todas sus formas. Si Trump se va de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Argentina también; si el estadounidense abolió derechos a las personas transgénero, su par argentino hace lo mismo; si Los Ángeles arde bajo las llamas —presumiblemente, a manos de los mismos intereses reconstructores de siempre—, “¿por qué la Patagonia va a ser menos?”, podrían haberse preguntado en Argentina (con la “humildad” que nos caracteriza). Y, entonces, allí están los incendios imparables en la bella localidad de El Bolsón (provincia de Chubut). Y todo por un mendrugo que ponga a salvo al país, frenado e inmóvil sobre una débil cornisa.
Sin lugar a dudas, y siempre vale la pena recordarlo, hubo que contar con la colaboración de muchos gobiernos funcionales para llegar a este presente. Cada uno, en su momento histórico, fue cumpliendo su rol a rajatabla y lo siguen haciendo. De la democracia, como antídoto o remedio, solo nos queda el voto. El resto de ese “edificio” sufre el deterioro constante, y en este ítem, sí, no hay posibilidades de reconstrucción posible.
Siempre aparecen filtraciones, fallas estructurales en alguno de los tres poderes. Y es que cuando no se corrompen en el Ejecutivo o el Legislativo, lo hace el Judicial y acá vamos, condenados a esperar que los Trump nuestros de cada día nos vayan mostrando el camino hacia el futuro. En el ínterin, y para ir entreteniéndonos, la NASA ya nos alertó de que un asteroide podría golpear al planeta Tierra en el 2032 y las Naciones Unidas activan, por primera vez, el protocolo de seguridad planetaria. “Mr. Steven Spielberg, tiene una llamada desde la Casa Blanca…”. Entonces, no hay mejor alternativa que aprovechar el tiempo para disfrutar. Por ahora, ese aparece como el único posible atisbo de solución.
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