Querido amigo lector, ahora que han pasado un par de semanas del famoso debate presidencial, y que las opiniones van apagando sus voces, vale la pena insistir en algo que parece quijotesco, pero que de pronto sería necesario mencionarlo: la calidad de los postulantes a Carondelet. En la papeleta constan 16 candidatos, demasiado para un país en crisis moral, en ciertos sectores; crisis económica y de seguridad, en todos los sectores. Para este número exagerado de candidatos, la Constitución de Montecristi ampara; el Consejo Nacional Electoral, tanto como el Tribunal Contencioso Electoral, empujan, y el Código de la Democracia sonríe y acolita. De allí que, el derecho a ser candidato presidencial, representante de unos cuantos partidos y cientos de movimientos políticos, resulta ser un tanto fácil, aventurado, simple, trivial.
De aquel debate presidencial, cuya trascendencia no fue más allá de quedarnos en las mismas; de escuchar respuestas de 30 segundos y propuestas de 90 segundos; de no saber si hay detrás de cada candidato un equipo de trabajo calificado que elabore las propuestas, o un plan de gobierno concienzudo y valedero, en el mejor de los casos. Nada de nada.
Luego de aquellas tres horas –o más- de un domingo por la noche, nos hemos dado el lujo de ser espectadores lejanos de un debate en el que sonaba como disco rayado la salvación inevitable de la patria con planes como el tren bala, energía nuclear, un cementerio para los corruptos, el “proyecto hocico”, o la postura de un candidato “arrecho” … Y mucho de esto con inteligencia artificial, la herramienta de moda.
El lujo mayor ha sido ver a un candidato presidencial, quien orquestó una protesta social de 11 días, en octubre de 2019, cuyos actores – masa, lo “mejor” que hicieron fue destruir la Carita de Dios como un acto heroico; quemaron tres tanquetas del Ejército ecuatoriano, permitiendo que sus ocupantes abandonen el vehículo blindado antes de lanzar la gasolina; destruyeron 27 instalaciones policiales barriales, 128 vehículos policiales, 101 vehículos de las Fuerzas Armadas; aparte, jugaron carnaval con leche de un pequeño camión que salía del ordeño. Así también, no sería justo olvidar el incendio de la Contraloría, la destrucción de los cajeros automáticos y el saqueo a 18 supermercados. Y si su voluntad estaba de buen lado, permitía la circulación de una línea de abastecimientos, porque las vías estaban bloqueadas y los víveres empezaban a escasear. Y sí. Otro lujo fue ver –y leer- su trofeo de guerra en su libro de 334 páginas titulado Estallido, la rebelión de octubre en Ecuador. Ojo, que el estallido tuvo su segundo capítulo en junio de 2022, con una duración de 17 días y con la misma fuerza destructiva, o quizá mayor.
Todo esto hizo el candidato que aspira ser presidente de la República, y todo el país se dio el lujo de tolerar aquellas atrocidades. Pero no solo fue él quien llamó la atención entre los 16 candidatos, 16. Había otro candidato, disfrazado de libertador, que nos conecta con una frase del embajador de Estados Unidos en Ecuador, Michael Fitzpatrick, en noviembre de 2023: “en Ecuador existen narcogenerales” …
Así es, querido amigo lector. Nos damos el lujo de tolerar a candidatos que no pasarán del 3 % de los votos en la primera vuelta, en el mejor de los casos, pero salen en televisión como salvadores de la patria, con planes de gobierno copiados, imposibles o ridículos. Qué lujos. Y todo por culpa de la Constitución de Montecristi, la que permite todo, incluso la sobrecarga de democracia.
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