A poco de las próximas elecciones presidenciales y legislativas se vuelve imperativo no desprenderse de la esperanza del cambio positivo para los ecuatorianos. Estancarse en la frustración y en los pesares por los males que se sufren es como terminar de convencerse de que no hay salida posible y que lo que queda, más bien, es prepararse para los agravamientos. Cierto resulta que la inmensa cantidad de binomios presidenciales, lo mismo que de centenares de caras de triste recordación formando parte de las listas para asambleístas, constituye reflejo fiel de la tan desprestigiada clase política y de su inequívoca responsabilidad en el pésimo manejo de la cosa pública y sus consecuencias desastrosas.
Pero, aun así, son estos mismos procesos electorales los que permiten al pueblo que elige ser lo más sabio posible para hacerlo bien. En el cofre donde se conserva la esperanza por un presente y un futuro mejores, toca sumar el mejor discernimiento, la más clara recordación del pasado reciente, los rostros de quienes no pueden, por más intentos que hacen, esconder sus fechorías y daños causados. Si se lo hace de esa forma, es posible votar en positivo, ni ideológica ni emocional sino pensada y muy inteligentemente. De esta manera comenzará a derrumbarse el cuento de que el país no será destruido por fenómenos naturales, sino por malos gobiernos. Claro que el Ecuador ha soportado malos y pésimos gobiernos, pero también los ha tenido buenos y trascendentes.
Es obligatorio tener presente, por ejemplo, lo que acontece en otros países tales como Venezuela, Nicaragua y Cuba, donde los gobernantes han decidido perpetuarse en el poder, poner a sus órdenes las demás funciones del Estado, irrespetar la voluntad popular sea por descarado fraude electoral, sea apresando y declarando traidores a la patria a sus opositores, sea celebrando comicios con partido único. Esta realidad incontrastable no debe repetirse en Ecuador, no sólo por lo antidemocrático y por el impedimento totalitario a las libertades humanas; sobre todo porque las condiciones de esos pueblos son deplorables y mientras sigan bajo esos mismos regímenes, no hay posibilidad de mejorarlas.
En el ámbito legislativo, asimismo, debe tenerse en cuenta lo peligroso que resulta para una buena gobernabilidad aquellas mayorías dispuestas a obstruirlo todo, a impedir sin escrúpulos el progreso y bienestar de los ecuatorianos, que, a título de fiscalizar entorpecen el trabajo normal de la administración pública. La Asamblea, claro está, es el espacio para la más diversa representación popular y el ejercicio democrático requiere de fuerzas encontradas, sin embargo, esto que debe concebirse como apropiado no debe entenderse como el otorgamiento de una licencia para conspirar y actuar contra el interés nacional.
Que no sean la frustración ni los males presentes los que terminen imponiéndose. Que sea la fundada esperanza, eligiendo de la mejor manera, la que marque el camino de la gran y positiva transformación nacional.
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