Donald y su pandilla de ‘cómplices’

Ene 27, 2025

Por José Vales

Bastaron solo cuatro o cinco días en el poder para demostrar a qué volvió Donald Trump a la Casa Blanca. Irrumpió por la polvorienta calle principal de la comarca del poder, disparando en distintas direcciones. Como si se tratase del antihéroe del último western. Después se dirigió a la cantina, donde hubo “whisky para todos” y allí, sin mirar a la cámara, desgranó su batería de medidas para dar inicio, a lo que muchos analistas ya marcan como el kilómetro cero de la nueva era posdemocrática. Muchas de ellas no podrán pasar del terreno de las amenazas, si, como afirma y reafirma, quiere salvar a los Estados Unidos y sacarlo del actual atolladero en el que se encuentra. Otras, en cambio, dejan vislumbrar un expansionismo que, acompañados del llamativo gesto de Elon Musk en la posesión (que muchos lo relacionan con Adolf  Hitler), encuentra su base argumental en el nazismo. 

Demoró lo que una cuantas firmas al dorso, volver a renunciar a la Organización Mundial de la Salud y al Acuerdo de París sobre Cambio Climático, ordenar la expulsión del país de 538 inmigrantes el pasado viernes, la primera de esta segunda temporada del “facho” Donald, y emprenderla contra los miembros de la comunidad LGBTIQ+, negando la existencia de identidades transgénero. En total fueron 41 órdenes ejecutivas. Para los más despistados puede haber sido mucho para una sola semana, pero esto fue solo el comienzo y, por lo visto en estos primeros capítulos, la producción promete venir con “premio”.

Podría Trump ponerse en el rol del sheriff, ya que en esta ocasión,  y a diferencia de la primera temporada, cuenta con los favores de la Corte Suprema, además de la mayoría en el Capitolio. Se le da mejor el rol de pesado, de jefe de una gavilla al que no le tiembla el pulso para cumplir sus amenazas, ya sean mexicanos, canadienses, panameños, europeos o a los inuits groenlandeses.

Llegó gritando, alzando la voz aquí y allí, y lo más llamativo es que ningún líder político se animó a responderle en el mismo tono. Solo la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, llamó a “mantener la cabeza fría” y prometió ayuda a aquellos mexicanos que sean deportados y la primer ministro danesa, Mette Frederiksen, advirtió que la isla en cuestión no está en venta.  Poco. Muy tibio, tan siquiera para ordenar algo parecido a un diálogo que evite que Trump concrete sus amenazas.

Cada dosier en los que Trump fue dando órdenes o tejiendo planes, durante sus primeros días en el gobierno, representan un riesgo por delante. Más rápido que tarde, en el istmo panameño afloraron algunas manifestaciones en virtud de haber refrescado la ocupación militar estadounidense en 1989, que dejó un centenar de muertos. En Canadá reina la inquietud, y en Groenlandia, como en Dinamarca, son conscientes de que pueden llegar a quedar en “el ojo del huracán”, a la hora del duelo final, que no es con un aliado histórico como Copenhague, ni con los escasos habitantes de las soledades del Ártico, sino con China. Ahí está la pelea de fondo, en el control de esa región donde Pekín le lleva ventaja, gracias a su acuerdo de libre comercio con Islandia y al vertiginoso desarrollo de rompehielos para cargas, para transitar una ruta marítima que ayuda a abaratar costos. Una demostración de que Estados Unidos abusó de su rol de gendarme global y fue perdiendo fuelle en su condición de potencia hegemónica.

Además de cuestionada la agenda de Trump para estos cuatro años, es por demás ambiciosa. Y si bien, por ahora no encuentra rivales dialécticos en el escenario político, el peor enemigo que tendrá Trump en esta, su nueva gestión, será el mismo.

No solo por sus contradicciones, su forma de gestionar (al estilo de un desarrollador inmobiliario) y su personalidad por demás conocida, sino porque como a su antecesor, Joe Biden, la edad suele no perdonar.

No le aparecen oponentes, pero se encolumnaron detrás de su relato, además de los jerarcas tecnológicos, varios especímenes de la última generación de líderes. Nayib Bukele, Giorgia Meloni o Javier Milei, por citar solo algunos. El más efusivo fue el argentino, que se fue a Davos para fustigar a los organizadores del World Economic Forum por su supuesta preferencia por “la agenda Woke”, como si su país (y el mundo) no tuviera problemas más urgentes que atender.

Desperdició la ocasión y el escenario para explicarle a potenciales inversores cómo hará para sacar a su país del marasmo económico social en el que se encuentra. Algo que tampoco aún no logró explicarles a sus connacionales.

 No se acarrear inversiones ni se disminuye el número de pobres, algo que desde hace más de un año se espera mientras apela a la ficción económica para contener la inflación, atacando las políticas de género o apelando a nuevas versiones del conservadurismo más extremo, lejos bien lejos de cualquier vertiente liberal o libertaria, en la que jura abrevar.

Esto es lo que hay. Una generación de hombres y mujeres en el poder que tienen como misión terminar la transición de un capitalismo democrático a una nueva era posdemocrática. Parecen tener el camino allanado y todo gracias a los otros miembros de la pandilla que ayudó a los Donald y a los Milei a estar donde están. Destacados miembros de una generación política que, abusando de su seudoprogresismo que en los papeles no practicaron, ayudaron como nadie a forjar este presente oscuro y a los gritos. Por eso, no deja de llamar la atención que mientras, Trump desarrolla su rol de malo de la película, representantes de esa camada del fracaso como el expresidente Rafael Correa ande a los saltos en el concierto de Fito Páez en el Zócalo del Distrito Federal, o Cristina Kirchner se muestre en las playas bonaerenses como si nada, simulando festejar este presente del que son, cuando no hacedores —y junto a otros tantos—, cómplices necesarios.



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