El debate presidencial no consiguió cambiar nada, los favoritos siguen siendo favoritos y no surgió una tercera candidatura que amenazara con entrar a la segunda vuelta. El debate sobre el debate ha sido útil para desnudar algunas verdades y plantear algunas reformas necesarias.
El formato del debate fue una camisa de fuerza para impedir la confrontación entre candidatos. Las preguntas defraudaron. El tema de la inseguridad y violencia, reducido a una pregunta marginal acerca de los menores que delinquen, eliminaron el tema internacional en momento clave de la geopolítica y silenciaron las violaciones a la Constitución y las vicepresidentes.
Los triunfadores fueron los estrategas. La estrategia de los favoritos era evitar errores y eludir la confrontación, la estrategia de Andrea González era retar a Luisa y ubicarse como líder del anticorreísmo; se destacó por su valor, frontalidad y elocuencia, pero no fue suficiente.
No habrá un tercero que entre en la competencia por la segunda vuelta. En consecuencia, se repetirá la segunda vuelta de la elección anterior entre correísmo y anticorreísmo con Daniel Noboa con mayores probabilidades porque su campaña ha manejado bien la polarización, el voto joven, los recursos del poder y las redes sociales.
Luisa González se beneficia con el voto duro del correísmo, pero le perjudica la mala experiencia de la revolución ciudadana y el temor al expresidente, los líderes prófugos, el modelo estatista que empobrece y las malas compañías de caudillos populistas de la región.
Los electores más lúcidos lamentarán tener que elegir entre dos autoritarios porque saben que es una enfermedad grave de la democracia. Atropellan las leyes, imponen caprichos, cultivan el personalismo, se rodean de adulones y aspiran a permanecer en el poder indefinidamente. En los peores casos terminan cautivos del poder porque su seguridad solo está garantizada por la lealtad de una casta militar corrupta, como en Venezuela, Cuba y Nicaragua.
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