Venezuela asistió a las exequias de la esperanza. Lo único que los venezolanos de a pie habían logrado mantener a lo largo de los últimos cinco lustros. La fraudulenta elección y la ilegalidad a gritos de la posesión de Nicolás Maduro, respaldados por expertos como lo son Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega, cierran otra etapa y marca un punto de inflexión en la historia del chavismo. En los papeles, la soledad del régimen es extrema. En la realidad, sigue sostenido por los mismos de siempre: Los gobiernos de China, Irán, Rusia y… Chevron, el gigante petrolero, en donde Donald Trump cuenta con grandes y buenos amigos.
El nuevo minué que el pasado viernes danzaron en Caracas la dictadura y la “oposición” pareció, por momentos, grotesco. A tal punto, que Edmundo González y la propia María Corina Machado, parecieron ocupar el rol de “partenaires”, como tantos otros apellidos de la oposición a lo largo de este cuarto de siglo de historia chavista.
Esta suerte de “profesor Jirafales”, que regentea en Miraflores, puede dormir tranquilo con una oposición que por momentos confunde a propios y a extraños. Tanto González como Machado habían prometido hasta el último momento “hacer defender los votos” y terminaron operando como viles vendedores de criptomonedas, exponiendo a sus seguidores al peligro en las calles, para nada. Para que todo se reduzca a sanciones declarativas de la Unión Europea (UE) y otros gobiernos y no más y un discurso grabado de Machado para decir: “esto se acabó…” No quedó claro si se refería a la dictadura o a las posibilidades concretas de seguir luchando por la normalización del país.
Así y todo, el del pasado viernes no fue una fecha cualquiera para Venezuela. Fue el día de la certificación definitiva del totalitarismo. Un antes y un después en la era del chavismo. El régimen entró en una nueva etapa, en donde primarán más las apetencias internas que lo que pueda hacer la “oposición”. Solo podrá hallar el final por el tamaño de sus aberraciones, o bien, por un cambio de intereses de sus principales sostenes, con Chevron incluido.
Hasta aquí, el dolor de los venezolanos. Ese mismo que, políticamente, no le interesa a casi nadie. Menos a Trump, el que, por la gallerie, critica al régimen desde los días de campaña, pero en los hechos no recibió a Edmundo, el que se la pasa recorriendo el mundo. Una vez que reingrese a la Casa Blanca, deberá decidir si vuelve a su política de presión permanente sobre el régimen, como en su primer gobierno, o se vuelca por alcanzar un acuerdo con “el Jirafales” caraqueño para canjear más contratos petroleros a cambio de que modere la salida de venezolanos por la selva del Darién. Aquí lo que primará son las reservas de petróleo. Y se podría agregar: “no es nada personal, solo son negocios…”
Esos mismos negocios que vienen marcando el pulso de las acciones. En los últimos días, Trump entró en escena. Como si estuviese haciendo un stand-up, fiel a su impronta de magnate empresarial. Golpeando con el puño en la mesa, como si estuviera negociando con algún miembro de la mafia la construcción de una nueva de sus torres, advirtió que no ahorrará esfuerzos hasta poder controlar Groenlandia y el canal de Panamá. Eso luego de admitir que le gustaría convertir a Canadá —país al que ya había amenazado con elevar los aranceles a sus productos—, en el quincuagésimo primer Estado de la Unión.
Por si acaso, Justin Trudeau, dio los hurras, en medio de una crisis de popularidad después de 10 años en el poder y convocó a elecciones anticipadas para el próximo 23 de marzo. Para esa fecha los canadienses parecen volcarse en mayoría hacia la construcción de un liderazgo (o algo que se le parezca) que esté a la altura de la fisonomía de Trump, casi un alter ego del argentino Javier Milei, se trata del diputado Pierre Poilievre, un libertario que aparece liderando las encuestas.
De convertirse en primer ministro, Poilievre llegaría para sumarse a ese club donde destacan la italiana, Giorgia Meloni y el “León de las pampas”, Milei y que busca vertiginosamente seguir sumando socios, en lo inmediato en Alemania el próximo domingo, aunque todo indica que a Alternativa para Alemania (AFD) no le alcanzará la gasolina para liderar una coalición. Al menos en las encuestas es la CDU (socialcristiano), la que encabezará la formación de un gobierno con los Verdes y el alicaído SPD (socialdemócrata).
Fue precisamente Meloni, la que se ocupó de advertirle al mundo que Trump no avanzará sobre Groenlandia y Panamá, sino que intentará una negociación en ambos dosieres. Su objetivo es aminorar la distancia que China le saca a Estados Unidos en materia comercial.
Además de las reservas minerales y de hidrocarburos que posee el subsuelo de ese territorio de soberanía danesa, los deshielos vienen abriendo paso a rutas comerciales por el Ártico, en donde Pekín ya sentó su influencia asistido por Moscú y ya cuenta con rompehielos especialmente construidos para recorrerlas.
Algo similar a lo que ocurre en el Istmo, donde Trump sospecha de una injerencia china cada vez más importante y pretende bajar las tarifas a las compañías navieras estadounidenses, las que calificó de “exorbitantes”. Al menos en los papeles.
Todo eso a pocos días de regresar a la Casa Blanca para un segundo acto. En el que ni su sociedad con Elon Musk parece haberle restado ese ímpetu del magnate que se lleva el mundo por delante. Para no atesorar falsas expectativas en lo que a Venezuela y a los otros, y más graves, frentes abiertos, respecta, los que deberá enfrentar en su segundo acto gubernamental, Trump parece tiene clara una cosa y no lo oculta. Que aun cuando la política internacional sea la verdadera política, lo que mueve al mundo ya no son las ideologías o las afinidades, sino los intereses.
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