Por lo general, se suele llegar a fin de año con cierta fatiga. Nunca se sabe bien por qué el almanaque que expira aparece como más difícil de lo imaginado, cargado de obstáculos, complejo y meneado, a consecuencia las reuniones, los brindis y los ajetreos propios de estas fechas navideñas lo estresan a uno. Eso, con la gente más o menos normal. Con nosotros, los periodistas, la cosa pasa por otros canales. Las ganas de que se vaya de una vez el año viejo, es para ver si levantando la copita en el primer minuto del 2025 llega a producirse “el milagro”. Poco importa si uno es católico, agnóstico o de la muy redituable (para sus mentores) Iglesia Universal del Reino de Dios. Todos esperamos encontrarnos ante un ansiado portento.
Quisiéramos ya no seguir hablando de las guerras que se suscitan en varios puntos del globo o de las barbaridades perpetradas en Gaza a manos de Israel por órdenes supremas de Benjamín Netanyahu. Nuestra salud metal agradecería no tener que haber informado de la matanza de esos cuatro menores en Guayaquil, presuntamente, a manos de un grupo de militares tan inexpertos en la lucha antidrogas como en el trato a civiles menores de edad, en tiempos de democracia. Una prueba evidente de que la Doctrina de Seguridad Nacional, que campeó por América Latina durante la Guerra Fría, con decenas de miles de asesinados y desaparecidos, sigue estando en el ADN castrense. Cuando no en Ecuador o en Perú, salta en Colombia o, en el engendro autoritario venezolano.
De lo que no quedan dudas es que el que se va, fue un año donde se agravó el estado de salud de la democracia, y en el que la política y los políticos superaron el récord de inquina que le manifiestan los propios electores. Los mismos que se dejan ver ante los ojos del mundo sin saber qué — y a quién— votar. Basta con recorrer los comentarios en las redes sociales de muchos dirigentes políticos cada vez que se habla de sus quehaceres para ver las críticas que despiertan y, la ira que generan los que se dedican a la actividad, o bien esos que en el circo del poder ofician de “tramoyistas”. Y es que en eso se fueron convirtiendo algunos especímenes comunicacionales que ostentan el — alguna vez sagrado— oficio de periodista.
Fue un año en el que las grandes potencias se dedicaron a fogonear al extremo algunos conflictos regionales con fines netamente geopolíticos. Al punto que se comenzó a escuchar, con cierto eco, la posibilidad de una nueva Guerra Mundial, mientras la espiral inflacionaria y la crisis sociales van en aumento. Lo que derivó en que las sociedades, con salvedades, se manifiesten por donde pueden a los gobiernos establecidos.
Sin ir más lejos, ahí está de regreso el condenado Donald Trump, como castigo a la errática administración Biden, o el francés, Emmanuel Macron, resistiendo como puede y atravesando un verdadero Vía Crucis institucional. ¿Será el alemán Olaf Scholz el próximo de la lista? Todo hace suponer que sí, pero para ello hay que esperar hasta el próximo 23 de febrero, luego de que el pasado viernes, el presidente, Frank-Walter Steinmeier, disolviera el Bundestag (parlamento), tras la moción de censura contra el primer ministro, en medio de una crisis económica que no deja de agravarse.
La falta de respuestas al electorado, el hartazgo de los ciudadanos de a pie para con los gobiernos y sus actores principales, la pauperización de la vida cotidiana, ya sea en los países industrializados o en el Tercer Mundo nuestro de cada día, va generando un clima de bronca y resentimiento social o, en el mejor de los casos, confusión, que lleva a que sectores de extrema derecha que se creían sofocados en un rincón de la historia vuelvan a hacer metástasis en el cuerpo de un Occidente, debilitado por el mero abuso de la terapia recetada desde el final de la Segunda Guerra por “el gran galeno imperial”, allí en Washington.
El diagnóstico de tamaña enfermedad, lo compiló con acierto en un excelente libro el historiador francés, Emmanuel Todd, “La derrota de occidente” (La défaite de l´ Occident), que de no mediar milagro alguno, ese declive podría seguir materializándose, inmediatamente después del brindis.
Persistentes problemas religiosos, caída de las tasas de natalidad, conflictos irresueltos, aluviones imparables de inmigrantes, en busca de lo que les fueron arrebatados a sus países de origen, descomposición de los sistemas educativos y la transformación tecnológica, los millones de personas en situación de calle (incluso en ciudades impensadas como París o Nueva York), fueron generando una realidad compleja agravada por las decisiones geopolíticas de líderes de distintas tendencias o ideologías.
Todo indica que la etapa que comenzó aquel 7 de mayo de 1945 con el triunfo bélico de los aliados y sus derivaciones geopolíticas y socioeconómicas, ya da signos de un feroz agotamiento.
Ante ese cuadro por delante, es que buscamos un respiro, un instante para creer en que lo que vendrá podría, y debería, ser mejor. Para ello levantaremos la copa con las primeras campanadas del año. Pero nosotros no somos gente normal y nuestra tarea cuando no pertenecemos a la troupe del circo del poder y en virtud de cierto estoicismo que nos caracteriza solemos tomarnos en serio las cosas. Por eso no nos alcanzan los brindis, para modificar el presente, y mucho menos el futuro. A pesar de la crisis a la que nos enfrentamos, al campo yermo donde desarrollamos nuestra labor, seguimos buscando la verdad. Y, por supuesto, los milagros, no pasan del espacio de los deseos: No existen y ni se los espera. Y amén de desearle felicidades a la humanidad toda, hay que decirlo como desde los tiempos de Aristóteles: la única verdad es la realidad.
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