Ecuador ha encontrado un nuevo género en la política bajo el gobierno de Daniel Noboa: el autoritarismo disfrazado de gestión empresarial. En tan solo unos meses, Noboa ha convertido la administración pública en un ejercicio de poder personal, donde las instituciones democráticas parecen ser meras herramientas subordinadas a fines privados. Desde excluir a su vicepresidenta hasta abrir las puertas de Galápagos a una base militar extranjera —disfrazada de “centro logístico”—, la rapidez y audacia de sus decisiones parecen indicar un desdén total por los principios fundamentales del sistema democrático.
Comencemos con Galápagos, ese tesoro natural que, a través de una maniobra legalmente dudosa, albergará una instalación militar extranjera. Noboa, con la certeza de quien considera que el país es su propiedad privada, parece haber pasado por alto el artículo 5 de la Constitución, que prohíbe la presencia de bases extranjeras en territorio ecuatoriano. El eufemismo de “centro logístico” no cambia el hecho de que se trata de una violación directa a la Constitución. La justificación de combatir el narcotráfico es insuficiente. ¿Qué garantías existen de que esta presencia no sea el primer paso hacia una mayor intromisión en la soberanía ecuatoriana?
Por otra parte, el trato hacia Verónica Abad, su vicepresidenta, no es solo una muestra de diferencias de estilo: suspendida de su cargo por el Ministerio de Trabajo, reinstalada por orden judicial y, aún así, bloqueada de su propio despacho, la vicepresidenta ha sido reducida a un mero espectador. Un claro intento de concentración del poder en una sola figura, debilitando a las instituciones que aseguran el equilibrio de poderes.
En lugar de promover el consenso, Noboa parece operar como si estuviera gestionando una empresa familiar, donde solo su criterio cuenta. Las decisiones trascendentales —desde la política ambiental hasta la seguridad nacional— se toman sin un debate público sustantivo ni rendición de cuentas. Esta visión empresarial del gobierno no solo es inapropiada, sino destructiva para las estructuras democráticas del país.
Con cada paso, Noboa parece consolidar lo que Correa inició: concentración de poder, polarización y decisiones unilaterales que relegan la democracia a un segundo plano. Ojalá el pueblo despierte de la falsa dicotomía entre correísmo y autoritarismo empresarial… pero, claro, tal vez es más fácil seguir eligiendo entre la espada o la pared que ya conocen.
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