Si decides visitar los cines en estas fechas y, por un azar cósmico, te encuentras comprando boletos para Código Traje Rojo con Dwayne “La Roca” Johnson y Chris Evans, probablemente ni siquiera podrás explicarlo. Quizás esperabas una épica crítica navideña, pero, sorpresa, allí estás, atrapado en una fantasía de regalos envueltos y rescatadores de espíritus perdidos. Aunque la película se presenta como un intento de salvar al niño interior, lo que realmente ofrece es una oda al consumo desenfrenado, adornos y regalos, reafirmando que la Navidad y lo material van de la mano.
Se acerca esta celebración, una fecha que, en la sociedad contemporánea, parece un preludio del apocalipsis comercial: luces brillantes, árboles saturados de adornos y el bullicio de compras que, como un ritual consumista, promete hacernos más felices. Originalmente vinculada al solsticio de invierno, en esta época se celebraba el regreso de la luz tras los días más oscuros del año. Posteriormente, el cristianismo incorporó esta festividad para conmemorar el nacimiento de Jesucristo, asociando la luz con la esperanza, el amor, la redención y la salvación de la humanidad. Sin embargo, hoy parece que esos valores han sido relegados, transformando la festividad en un fervor por el consumo y la apariencia. Así, surge una reflexión sobre nuestra relación con lo esencial y lo trivial.
La contradicción es evidente: mientras algunos disfrutan del derroche y la abundancia de estos días, otros se encuentran al margen, en situación de calle o con extrema pobreza, invisibles para muchos ante el glamour de la temporada. Estas fechas podrían ser una oportunidad para reconsiderar qué debemos celebrar realmente: lo que poseemos o lo que somos capaces de dar. Y al preguntarnos si debemos salvar la Navidad o la humanidad, tal vez la respuesta resida en mirar más allá de la futilidad del consumismo y reflexionar sobre lo que verdaderamente nos une, sin importar nuestras creencias.
Lo que realmente nos une, ya sea que celebremos o no estas fiestas, debería ser la generosidad auténtica, un acto de resistencia contra la vorágine del consumismo banal. Sin olvidar, eso sí, que la caridad no es una solución a la desigualdad estructural que perpetúa la pobreza y la exclusión. En definitiva, estas palabras trascienden credos: «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20:35). En esa verdad, tal vez radique el verdadero espíritu de esta celebración.
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