Los últimos días de Simón Bolívar: entre la enfermedad, el desencanto y su legado inmortal

Dic 17, 2024

Tras liberar a gran parte de América Latina y luchar por la unión de las excolonias españolas, Simón Bolívar vio cómo sus esfuerzos se desmoronaban debido a disputas internas y conflictos entre naciones hermanas. La situación política y los fracasos en consolidar la Gran Colombia erosionaron no solo su ánimo, sino también su salud.

Bolívar sufrió un atentado en Bogotá, del que escapó gracias a la rápida intervención de su amante, Manuela Sáenz. Luego, la declaración de independencia de Venezuela y la guerra entre la Gran Colombia y Perú agravaron la crisis. En enero de 1830, presentó su renuncia ante el Congreso Admirable, la cual fue aceptada meses después. Sin recursos, Bolívar tuvo que vender sus pertenencias para planear un viaje a Europa que nunca realizaría.

Debilitado y enfermo, Bolívar llegó a Santa Marta buscando atención médica con el doctor Alejandro Próspero Révérend, quien dejó constancia de la gravedad del Libertador en detallados informes clínicos. Inicialmente optimista, su salud se deterioró rápidamente: apenas pesaba 40 kilos, sufría edemas, fiebre y una tos persistente, signos que hoy se atribuyen a tuberculosis o a desequilibrios causados por tratamientos de la época.

El 10 de diciembre, al reconocer que su final estaba cerca, Bolívar redactó su testamento y una última proclama a los pueblos de la Gran Colombia, en la que expresó: “No aspiro a otra gloria que la consolidación de Colombia. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.

El 17 de diciembre de 1830, a los 47 años, Bolívar falleció en la Quinta de San Pedro Alejandrino. Sus restos fueron embalsamados y sepultados en la Catedral de Santa Marta, sin honores ni una lápida identificatoria, por temor a represalias. Finalmente, en 1842, fueron trasladados a Venezuela, cumpliendo su último deseo, aunque partes de su cuerpo, como su corazón, se perdieron con el tiempo.

“He arado en el mar y sembrado en el viento”, fue la frase que resumió su amargo desencanto al no ver cumplido su sueño de unidad continental. Sin embargo, su legado como Libertador y símbolo de la independencia de América permanece intacto, inspirando generaciones enteras.



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