Si se observa con atención la geopolítica mundial, podría decirse que Ecuador navega de espaldas a los vientos libertarios que, liderados por el presidente Javier Milei, están sacudiendo el globo. Mientras tanto, aquí seguimos, cómodamente instalados en el extremo más desgastado del péndulo político: el autoritarismo.
La clase política, mientras tanto, ha perfeccionado el arte de secuestrar el voto ciudadano con la eterna diatriba del correísmo versus anticorreísmo. Es el guion de siempre: una polarización tóxica que transforma cada elección en un reality show con dos únicos protagonistas. Como si el destino del país dependiera exclusivamente de dos egos que parecen siameses, aunque no puedan ni verse.
Ni Noboa es la solución ni Correa la panacea.
Hoy tenemos a Daniel Noboa, un presidente que, en teoría, debería representar a la derecha. Pero lo que ofrece es más bien una versión de autocracia light: maneja el poder judicial y la Función Electoral como si fueran una extensión de Carondelet.
En la otra esquina del cuadrilátero político, aparece Rafael Correa, prófugo de la justicia. Otro líder autoritario, con la diferencia de que en su mejor momento político se autoproclamó jefe absoluto de todas las funciones del Estado. Todo un hito, digno de incluirse en cualquier manual sobre liderazgo tóxico.
Ambos representan una amenaza constante para tres pilares fundamentales de la estabilidad ecuatoriana: la democracia, la dolarización y las libertades individuales. Pero, claro, ¿quién tiene tiempo para reflexionar sobre eso cuando los focos de la polarización están encendidos?
La polarización se ha convertido en el deporte nacional. Los votantes, atrapados entre correístas y anticorreístas, terminan eligiendo el mal menor. Y lo hacen sin advertir la amenaza real: corrientes disfrazadas de progresismo, con etiquetas como Foro de São Paulo, Grupo de Puebla o, por qué no, la famosa Agenda 2030.
Mientras el país siga atrapado en esta tragicomedia política, los ecuatorianos seguirán aplaudiendo a líderes que solo buscan saciar los demonios internos que los atormentan desde el pasado.
Con Noboa y Correa, las libertades seguirán en cautiverio. Eso sí, con estilo: unos con saco, corbata y gafas; otros disfrazados de redentores, aunque carguen con voluminosos expedientes judiciales.
La papeleta electoral ofrece 16 binomios. Es hora de mirar a los otros 14. De lo contrario, el país seguirá, como hasta ahora, anclado en su propio naufragio político.
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