Sufrir la experiencia de la contingencia hasta el extremo de no poder asegurar la supervivencia es algo que estremece. No saber si mañana habrá alimento, salud, vida, es inimaginable para la mayoría de los ecuatorianos. Pensar en tal posibilidad nos espanta y, sin embargo, políticamente, vivimos al día.

La sucesión de situaciones dramáticas es tan vertiginosa en nuestra vida política que resulta imposible pensar en el largo plazo. Asuntos intrascendentes se plantean con caracteres tan melodramáticos que parecería estar en juego la supervivencia de la nación. Si la Asamblea Nacional archiva un proyecto después del primer debate y no del segundo, se dice que la Asamblea le hace el juego al narcotráfico.

En lugar de reconocer la imprevisión que ha llevado a los racionamientos de energía eléctrica, el gobierno acusa a la propia ministra de sabotaje, se lleva la denuncia a la fiscalía, se inicia un juicio político y la exministra asegura que no puede dar la información que tiene porque pondría en peligro su vida y a su familia.

De la misma manera se han dramatizado todos los temas. Tenemos una vicepresidente elegida y otra vicepresidente designada, Una candidatura eliminada, autoridades electorales que concluyeron su período, los legisladores en campaña electoral, juicios políticos inconclusos y el país pendiente de los horarios de luz y de tinieblas.

Entregados al drama de cada día, es imposible que las autoridades y los ciudadanos pensemos en el futuro. Los problemas que trascienden el periodo presidencial no tienen cabida en la actualidad. Temas como la crisis de la seguridad social se dejan siempre a gobiernos futuros.

La campaña electoral y los candidatos son también prisioneros del corto plazo. Los estrategas políticos están aprovechando la fragilidad de las convicciones de los electores para manipular su comportamiento. Ni la verdad ni el futuro valen en tiempo de campaña; todos se dedican a crear problemas ficticios hoy para esconder los problemas reales de mañana.
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