Cómo no respetar a Pepe Mujica

Dic 2, 2024

Por José Vales

Son tiempos los que corren, donde es casi imposible centrar los análisis en las dos bandas tradicionales de la discusión política. Hablar de izquierdas o de derechas se asemeja a una antigualla discursiva. La era del algoritmo parece haber arrojado a esas variables en el desván de la historia. No obstante, a la hora de construir un relato desde el poder, ahí aparecen los que juegan al progresismo y a una suerte de neoliberalismo (en vías de ocupar un espacio entre los trastos teóricos) o un neoconservadurismo de estofa indefinida.

Cuesta menos trabajo discernir a un neoconservador (o un neofascista, que no faltan), porque suelen gozar del beneficio de la obviedad y porque hoy autodefinirse de “derechas” está de moda. Los Bolsonaro y los Milei de la vida son tendencia. Una evidencia de que Donald Trump hizo escuela. 

Pero catalogar, de acuerdo a cánones actuales, a un progresista es algo que ni la inteligencia artificial parece lograr. Si dentro de ese progresismo se engloba a personajes como Gabriel Boric, en Chile, o a Pedro Sánchez, en España, la cosa se complica. Ellos representan tan solo dos ejemplos de aquellos que no pueden sostener sus respectivos relatos con hechos concretos y, lo que sería más lógico, con ejemplos contundentes.

Al presidente chileno le cae una denuncia por presunto acoso sexual y divulgación de imágenes privadas. Al español le llueven denuncias de corrupción, al igual que algunos de sus socios en el Gobierno, como es el caso de Íñigo Errejón, portavoz de MAS. 

Hablamos de gobiernos identificados con el progresismo, pero que a la hora de mostrar las garras para aminorar la desigualdad social o socorrer a sectores de la sociedad azotadas por la pobreza o por un accidente climatológico están ausentes y sin previo aviso.

Y es ese club el que llegó a aceptar como socios a personajes que, aun careciendo de credenciales que los avalen, se autoperciben, todavía hoy, progresistas. De un progresismo sui generis, como es el caso de los expresidentes Rafael Correa, de Ecuador, y Cristina Fernández de Kirchner. Dos ejemplos notorios, solo do, de los límites que puede alcanzar la corrupción en el poder. Algo que representa un mal de época sin importar el color o el origen político.

Pero fue, a la izquierda del debate donde fueron apareciendo personajes más que particulares. Dirigentes con trayectorias en un liberalismo de manual apelando al oportunismo y a una coyuntura de época, que terminó como lo afirma el filosofo esloveno Slavoj Zizek, que cone l reciente triunfo de Trump “la izquierda vuelve al punto cero”.

Y eso después de haber perdido los papeles con las bases de lo que significa la lucha y el cambio social.

Aun así, en ese sector existe una referencia ética insoslayable. Un veterano de mil batallas, siempre al servicio de aquel que llegue al poder pretendiendo ser un hombre o una mujer de “izquierda” y no sucumbir en el intento. Estamos hablando del expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica.

El hombre pasó por el gobierno, donando buena parte de su salario. Salió del poder ileso de denuncias. Fiel a su estoicismo militante, vive como pregona y se le reconoce una autoridad moral, casi en desuso, incluso para muchos de sus compañeros de ruta. Incluso el mejor Mujica aparece cuando intenta debatir puertas adentro, intentando llamar a la reflexión y hasta cuestionar a sus colegas. “Creo que hay que separar la política y el hacer plata. A los que le guste mucho la plata hay que correrlos de la política, porque entreverar una cosa con la otra termina conduciéndonos al cadalso de la corrupción y todo lo demás. Y la izquierda debería discutir este tema… La política es una pasión, se tiene o no se tiene y el que no la tiene, que se dedique a los negocios, que pague impuestos y que la vaya bien… A lo mejor soy antiguo”.

Haciendo un paneo por la actualidad, suena antiguo, pero es lo que debería hacer cualquiera que pretenda sostener su discurso con los hechos. Fue su elección de vida y su estatura moral la que lo llevó a ser respetado por todo el arco político de su país y de gran parte de América Latina. Podría decirse, sin temor al error, que su figura es lo más cercano a Nelson Mandela que pueda encontrarse en esta parte del mundo.

Lástima que sus pares lo celebran, lo respetan, pero no lo escuchan. Y si lo escuchan, no lo entienden. O bien porque hablan otro idioma o porque tienen los oídos tapados de Louis Vuitton y Rolex, contratos con empresas privadas, ayudas financieras de gobiernos aliados o pagas extras en sus pensiones vitalicias, como es el caso de la viuda expresidenta argentina, que percibe 6.000 dólares además de su pensión por fijar su residencia en la Patagonia, cuando en realidad vive en la capital argentina.

Muchos se preguntarán cómo hace Mujica para seguir tallando electoralmente. Para seguir llegando al electorado más joven, como acaba de observarse en las elecciones presidenciales que viene de ganar su partido, el Frente Amplio, con Yamandú Orsi a la cabeza. Con el ejemplo y llamando a las cosas por su nombre.

El viernes, sin ir más lejos, en una entrevista con la agencia AFP, volvió a sentar jurisprudencia en la materia. Otra vez, refiriéndose a su amiga, la expresidenta argentina.

“Ahí está la vieja Kirchner en la Argentina, al frente del peronismo. En lugar de poner de vieja consejera y dejar a nuevas generaciones, no, está jodiendo ahí. ¡Cómo les cuesta largar el pastel! ¡Que lo parió!”, se despachó el exmandatario uruguayo.

Una observación más que válida viniendo del progresismo certificado en los hechos de Mujica. Lo que no repara Pepe es que a la doña la viene asistiendo en su intento de perpetuación pública el mismísimo gobierno de Javier Milei. Sí, el presidente que ve comunistas hasta en la sopa (incluso entre prolijos liberales de manual), el que declama su voluntad de acabar con la casta corrupta, cuando no insulta a los gritos negocia con aquellos a los que juró acabar para siempre.

En esa negociación, Cristina I, viene pactando con el gobierno las designaciones en la Corte Suprema para que le allanen el camino a una candidatura que le garantice la libertad a pesar de estar condenada a prisión de 6 años. 

Y es que ante tanta carencia de herramientas políticas, Milei y su séquito están convencidos de que ella será la candidata a vencer en los comicios parlamentarios del año próximo. Algo que, como se podrá notar, es imposible de medir en términos ideológicos.

Por eso, en una coyuntura como la actual, con un mundo que muta intrépidamente y los relatos se esfuman en el ciberespacio, es imprescindible conocer a los políticos para respetar, cada día un poco más, a Pepe Mujica.    



0 comentarios



Te puede interesar


Suscríbete a nuestro boletín



Lo último