Nacimos como Estado independiente en 1830, con la Primera Constituyente de Riobamba y con un nombre de origen francés, équateur, vocablo que hace referencia a la línea divisoria del planeta Tierra. La Constituyente de aquella época adoptó este nombre porque existieron desavenencias entre los diputados de ese entonces, ante la propuesta de querer llamarlo al nuevo Estado con un topónimo, República de Quito. Primer episodio de desacuerdo, primer acto de desunión en la historia republicana.
En la década de los cincuenta del siglo XIX, los conflictos entre conservadores y liberales se fueron agudizando; de modo que, en 1859, surgió un grave problema interno, una guerra civil que casi divide a Ecuador en cuatro ecuadores: Quito, al mando de García Moreno; Guayaquil, al mando del general Guillermo Franco; Cuenca, al mando de Jerónimo Carrión y Loja, al mando de Manuel Carrión Pinzano. Esta guerrita apareció cuando las fuerzas conservadoras anhelaban la destitución del presidente Robles, teniendo de por medio la invasión peruana y el bloqueo del puerto de Guayaquil, operación comandada por el mismo general Ramón Castilla, presidente de Perú.
De este episodio descrito en el párrafo anterior, también se recuerda que este conflicto abortó dos tratados internacionales. Uno, firmado misteriosamente entre representantes de Colombia y Perú. Se llamó Tratado Mosquera Zelaya y tenía como propósito repartirse el territorio ecuatoriano. El otro fue el Tratado de Mapasingue, documento que no fue aceptado por ninguno de los congresos, tanto de Ecuador como de Perú.
Llegado el siglo XX, las guerras civiles que se dieron en los dos gobiernos del general Eloy Alfaro, fueron el nítido reflejo de la pugna de poderes. Las batallas, combates y escaramuzas entre las huestes liberales y conservadoras fueron innumerables y con miles de torrentes de sangre.
No se podría dejar de mencionar otros conflictos políticos internos que mancharon de sangre la historia, dando a entender que, en el país del Equinoccio, la unidad nacional es una actitud lejana y desentendida. Veamos: 1932, la indeseable Guerra de los Cuatro Días; 28 de mayo de 1944, el ataque al cuartel de los Carabineros; 1 de septiembre de 1975, el ataque al Palacio de Carondelet por parte de tropas del Ejército, encabezadas por el general González Alvear, en contra del gobierno del general Rodríguez Lara; 1986 y 1987, el Taurazo, o la bronca entre el general Frank Vargas Pazzos y el presidente León Febres Cordero, compadres los dos. Habrá más enfrentamientos internos como el 30 S o las protestas sociales de 2019 y de 2022. Todos, con sabor a desunión.
Del otro lado del río, hemos de recordar dos episodios de patriotismo abundante que consolidaron la unidad nacional: Paquisha, 1981 y el conflicto localizado del Alto Cenepa, 1995. Aquí sí, Ecuador estuvo unido, bien unido. Y de las guerras con Perú pasamos a otro de tema que motiva a la unidad nacional, el fútbol. Acaban de celebrar el triunfo de la selección de fútbol en Barranquilla. Ecuador está unido porque este deporte de multitudes conduce a la unidad nacional, por el hecho de ganar en una cancha extranjera y por la emoción y la efervescencia del gol y de las buenas jugadas. Lastima que este sentimiento de unidad nacional dure apenas hora y media.
Ahora que estamos atravesando crisis de diversos escenarios: crisis eléctrica, crisis de seguridad y la eterna crisis económica, vemos que la Asamblea anda empecinada en los juicios políticos como primera prioridad; por otro lado, está el comandante Iza y sus huestes, listitas para el caos y el vandalismo escondidos en las movilizaciones. Y qué decir del FUT y otros movimientos sociales y políticos, o la Justicia que nada dice y nada hace con los que provocan los incendios.
La historia demuestra que los pueblos que se mantienen unidos, tienden a salir adelante en medio de la crisis. Acá la realidad es diferente, poco importa la crisis. Pues vale reconocer que la unidad nacional es un mito.
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