Procuro hacer diariamente un ejercicio de objetividad en mi pensamiento, de tal forma que las súper humanas pasiones, las sinrazones y los dogmas -salvo aquellos relacionados con la existencia de Dios, la iglesia y todo lo que reafirma la Fe Católica, de la cual soy confeso seguidor y practicante-, no me dominen. Ante mi pública identificación con las políticas que promueven las libertades civiles y económicas, que cree en la democracia y el respeto a la división de poderes del Estado, y contra las dictaduras de izquierda y de derecha, los gobernantes sigloveintiuneros, los extremismos de los ´verdes´, feministas e ideología de género, cuando las ocasiones lo ameritan, porque sus acciones favorecen realmente a la población, no tengo inconvenientes para reconocerlo y, por consiguiente, no busca excusas para no hacerlo.
De hecho, no tengo ningún problema en decir que durante los 10 años consecutivos de gobierno de la Revolución Ciudadana se hizo una importante obra pública, reflejada principalmente en la reconstrucción, ampliación y mantenimiento de las carreteras; construcción, reconstrucción y mantenimiento de centros asistenciales de salud y de los establecimientos educativos; construcción de centrales hidroeléctricas; construcción y mejoramiento de centros penitenciarios, entre otras ejecuciones. En esa década, como es de dominio público, el Estado ecuatoriano, según los más reconocidos expertos en la materia, obtuvo los más grandes ingresos económicos que la historia de la república lo recuerde, lo que permitió, a su vez, llevar a cabo la antes citada obra. No obstante, los cuestionamientos de ese momento y que se extienden hasta ahora, con la posibilidad de que sigan por mucho tiempo más sin olvido, tienen que ver con los enormes sobreprecios, las coimas, los sobornos y las metidas de manos en la justicia, que, de acuerdo a esos mismos expertos, en cifras se estima sobre los 100 mil millones de dólares.
No han sido pocas las veces que este columnista ha censurado lo que a su juicio son errores graves del gobierno actual: retraso en el mantenimiento de las termoeléctricas, imprevisión e improvisación en el manejo de la crisis eléctrica, comportamiento antiético en el objetivo de un proyecto inmobiliario en Olón, caprichosa posición en torno a encargar el poder a la vicepresidenta de la República. También, al presidente Lasso por su empecinamiento de endilgar toda la responsabilidad de sus fracasos gubernamentales a los anteriores mandatarios, de haber engañado con la aplicación de políticas contrarias al bienestar y al progreso de los ecuatorianos en general; de no haber acometido con inteligencia y dureza la lucha contra la seguridad ciudadana y la delincuencia organizada.
Esta actitud tiene que ver con un objetivo único: que el país y los ecuatorianos no sigan perteneciendo al mundo del fracaso, sino al del desarrollo. No obstante, esta postura choca violentamente con la de un muy interesante porcentaje que cree e idolatra al gobernante de los 10 años continuos (2007-2017), que repiten de memoria el discurso de su líder; que todo es odio y persecución; que son santos para los altares, que todos los demás son diablos; que el emprendimiento privado es peligroso y es el Estado el que debe hacerlo todo; que los ricos deben desaparecer y los pobres no dejar de serlo; que perpetuarse en el poder es bueno y es mala la alternancia; que la Constitución debe ser un traje a la medida y hay que cambiarla cada vez que sea necesario para sus conveniencias. ¿Qué le espera al país y a los ecuatorianos si se elige a quien piensa de esa manera?
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