La reciente decisión de Ucrania de emplear misiles ATACMS, autorizados por Estados Unidos, para atacar territorio ruso en la provincia de Briansk marca un punto crítico en la escalada del conflicto. Este ataque, que representa la primera incursión ucraniana en territorio ruso con dichos misiles, no hace más que confirmar la intensificación de una guerra que ya parece no conocer límites. En respuesta, las amenazas nucleares de Putin se multiplican, sembrando incertidumbre sobre lo que nos depara el futuro.
Ante esta realidad, surge una pregunta urgente: ¿en nombre de qué doctrinas, líderes, intereses e incluso sentido común seguimos destruyendo nuestro propio porvenir? La retórica beligerante, acompañada de actos como la exhibición de mapas en la televisión rusa que señalan posibles objetivos nucleares en Europa, evoca las estrategias más oscuras del siglo pasado. En nombre de grandes proyectos nacionales, se han cometido los crímenes más aberrantes: desde las purgas estalinistas hasta el Holocausto.
El siglo XX, como nos recuerda José Antonio Marina en La biografía de la inhumanidad, fue testigo de ríos de sangre derramados en nombre de ideologías, naciones y dioses. Sin embargo, el siglo XXI no está yendo por mejor camino. El concepto de “capital social” que Marina describe, una acumulación de sentimientos prosociales para cimentar nuestras sociedades, se deshace ante la guerra, que no solo aniquila cuerpos, sino que destruye la dignidad humana.
No se trata únicamente del fracaso de las instituciones creadas para evitar tragedias como las que presenciamos, ni de nuestra incapacidad para sostener el proyecto humanista que nos prometimos tras las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. La verdadera cuestión no es si necesitamos nuevas instituciones, sino si tenemos la capacidad de transformar las existentes en el contexto del orden mundial actual.
La autocracia de Putin, la arrogancia de Trump —que se jacta de poder dar fin a la guerra de Ucrania en un día— y la más reciente burla de Elon Musk hacia la condición de Ucrania para negociar la paz con Rusia nos muestran un mundo de soberbios, donde las élites, de la forma más burda, se creen con el derecho de pasar por encima de las instituciones, la soberanía de los países y la humanidad misma. Como señala Marina, el gran proyecto de la humanidad debería ser salir de la selva. Pero, ¿seremos capaces de hacerlo, o sucumbiremos ante nuestra propia estupidez y autodestrucción?
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