Cuando Patrick Holden, productor del exclusivo queso cheddar Hafod, recibió un pedido de 22 toneladas por parte de una supuesta cadena de supermercados francesa, creyó que había alcanzado un hito. El pedido, valorado en unos $378,000, incluía lotes de otros quesos artesanales británicos y representaba años de esfuerzo. Sin embargo, todo resultó ser una elaborada estafa: el queso desapareció en octubre y, hasta ahora, ni rastro de las 950 piezas robadas.

El caso, conocido como el “robo del queso rallado”, ha generado titulares globales, especialmente por la magnitud del delito y la creciente problemática del robo de alimentos de lujo, recoge la BBC. Según la Organización Mundial del Comercio, los crímenes relacionados con alimentos, como contrabando y falsificación, generan pérdidas de entre $30,000 y $50,000 millones al año.

El cheddar no es el único objetivo: en Europa, cargamentos de Parmigiano Reggiano y otros quesos premium han sido robados con el propósito de alimentar lucrativos mercados negros, especialmente en países con restricciones comerciales como Rusia. Aquí, la demanda de productos gourmet occidentales ha llevado a una red clandestina de contrabando y falsificación.

Aunque el robo de alimentos puede parecer insólito, es un negocio rentable para las bandas organizadas. Sin embargo, trasladar productos como queso, que requiere condiciones específicas, no es sencillo. La gran incógnita persiste: ¿dónde está el cheddar?

La respuesta podría estar en los oscuros entramados del comercio ilegal de alimentos, donde el queso robado podría estar alimentando paladares en mercados internacionales mientras las autoridades intentan seguir su rastro.