Los políticos son despreciados en casi todos los países democráticos, a pesar de que son las mismas sociedades las que fabrican esos especímenes cuando toleran toda clase de fechorías. El país ha sido escandalizado esta semana con tres noticias que delatan la audacia de los políticos y la cobardía de las élites y los ciudadanos.
Los chats de Villavicencio descubrieron lo que ya se sabía: que la política y cierto periodismo se mueven en un ambiente sórdido, infestado de intereses, chantajes, pasiones y traiciones. Es igualmente ingenuo dar todo por cierto como dar todo por falso. No se trata de descubrir la verdad, sino de hacer agua lodo para ocultar a los malvados.
Es triste y sucia la destitución de la Vicepresidente de la República mediante ridícula sanción que le priva de sus atribuciones y remuneraciones por el tiempo que queda de campaña electoral. Dos ministras que parecen inteligentes y correctas se han sometido a los caprichos de un mal jefe para conservar el cargo. ¿Basta vender el temor a supuestos peligros para burlar la Constitución?
También es triste y oscura la descalificación de un candidato en el Tribunal de lo Contencioso Electoral. Jueces mediocres que imponen fallos diferentes para los mismos delitos empañan la transparencia del proceso electoral y ponen en peligro la continuidad democrática en Ecuador.
Es inevitable el recuerdo de Ortega y Maduro, uno puso en la cárcel a sus competidores, el otro hizo descalificar a sus contrincantes para ganar las elecciones. Se multiplican los mandatarios que siguen ese ejemplo al ver que no tiene consecuencias. La fórmula es imponer caprichos personales y hacer pasar por actos de gobierno.
La única explicación para tolerar los abusos es el miedo al retorno de los condenados. Socapar el autoritarismo es la peor cobardía porque destruye las instituciones y conduce a una democracia falsa que sobrepasa todos los límites, dejando solo como fachada un Parlamento inútil y una justicia servicial.
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