Como, últimamente, vivimos en un país en el que es obligatorio “normalizar” lo peor (la altísima inseguridad, la pobreza y los apagones, por ejemplo) creo que a los quiteños, también, ya nos parece natural, el irrespeto, casi total, al espacio público de la ciudad.
En las zonas más concurridas de la ciudad, hoy, casi no hay esquina, semáforo, vereda, plaza o parque, que no esté tomada por el inmenso poder de las ventas ambulantes. Por este invencible fenómeno, muy bien organizado, que casi ninguna alcaldía ha podido combatir con efectividad en los últimos 10 años.
Sorpréndase. En Quito parece tan fácil tomarse el espacio público, que solo basta con colocar, en cualquier lugar que se desea, un negocio informal, “cuidar” ese espacio día a día y listo. Igual, lo más seguro es que nadie proteste, el puesto se vuelva fijo y las autoridades del municipio poco o nada puedan hacer para hacer respetar ese lugar.
Lo he visto personalmente por décadas en sectores como el centro histórico, la Av. 10 de Agosto y Bogotá, la zona del Centro Comercial Iñaquito (Av. Amazonas), Av. República del Salvador, Tumbaco, Santa Anita, Villaflora, entre otros miles de puntos.
Como ciudadanos entendemos la terrible situación socio económica del Ecuador, pero esta coyuntura no nos puede eximir de cumplir las leyes vigentes. Igual este fenómeno tampoco es estacionario: ha estado y está muy presente en las bonanzas o en las crisis del país.
Además, debemos entender que las ventas ambulantes, en su mayoría, pertenecen a miles de redes integradas de negocios, que operan en sectores concretos de la ciudad y que controlan unos pocos, abusando de la permisividad de las autoridades locales. Funcionan de una manera muy parecida a la mendicidad urbana.
Obviamente, también he dialogado con decenas de emprendedores legales que se quejan de estas redes de expendio, porque estas lucran sin declarar impuestos, ni pagan el costo de los numerosos permisos municipales. Son una competencia totalmente desleal, que liquida el empleo y las inversiones. Pero a casi nadie le importa.
Sorpréndase otra vez. Las últimas conquistas de esta invencible actividad son las zonas de la Av. Simón Bolívar y la Ruta Viva, donde ahora decenas vendedores de mango, usan las zonas de seguridad de la autopista para vender y vender, sin control de nadie.
Imagínese: grandes puestos improvisados de venta de fruta operando a pocos centímetros de vehículos livianos y pesados, que se desplazan a velocidades muy peligrosas, que van entre los 80 y 100 kilómetros por hora, por ser conservadores.
Y, como si fuera poco, los vendedores piden a los potenciales compradores motorizados que paren de súbito para adquirir el producto. El riesgo en su máxima expresión, pero a casi nadie le importa.
Casi estoy convencido que las alcaldías de Quito nunca podrán controlar este fenómeno y lograr el respeto del espacio público.
Creo que el alcalde, Pabel Muñoz, debe recargarse de energía, despertar su liderazgo y por fin ir a la acción, para proponerle a la capital un gran programa de reactivación de la economía formal y de combate a las redes de comercialización ambulantes (si ya está actuando sobre este tema, pues no se nota).
Una de las virtudes de los políticos es escuchar a sus votantes. Alcalde este problema no es de hoy, lleva décadas y no es estacionario. Hay que actuar.
Finalmente, la quiteñidad está tocando fondo y nuestro espacio público es sagrado. Pero la realidad es que a casi nadie le importa.
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