En Ecuador, la colada morada revive cada año en hogares, panaderías y restaurantes, fusionando sabores y saberes que han pasado de generación en generación.
Esta bebida, acompañada de las emblemáticas guaguas de pan, representa mucho más que una tradición culinaria: es un homenaje a los difuntos y un reflejo de la identidad cultural andina.
Ana Villota, chef y propietaria de María Cocina y Panadería, rescata la receta familiar para rendir tributo a sus raíces. “Saqué la receta de mi abuela y la ajusté para resaltar los ingredientes tradicionales”, cuenta Villota a El Telégrafo.
En su versión, utiliza panela para endulzar y harina de maíz morado para lograr el espesor adecuado, cocinando a baja temperatura para mantener el color y sabor auténtico.
Francisco José, panadero de Chuta Madre, también preserva una receta con más de 40 años de historia. En su preparación, las frutas se infusionan en almíbar, mientras hierbas aromáticas como el ishpingo le aportan un toque característico. Su panadería se llena cada tarde de personas en busca del sabor que les recuerda su niñez y las cocinas familiares.
Andrés Granda, director de la Escuela de los Chefs, explica que la colada morada tiene una profunda herencia cultural.
“Hace más de 100 años se conocía como mazamorra negra, un alimento ritual para honrar a los difuntos”, señala Granda. La receta ha evolucionado, incorporando ingredientes locales como la guayaba en Pichincha o la compota de manzana en Loja, sin perder su esencia: el color morado y el aroma inconfundible de especias como la canela y el clavo.
A pesar de los cambios, la colada morada sigue siendo un símbolo de identidad y tradición en Ecuador. Ya sea en una versión casera, reinterpretada por chefs o en productos industrializados, esta bebida continúa viva, resonando como un eco de las raíces ancestrales que cada sorbo celebra.
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