Hay países donde la democracia goza de mejor salud que en otros. Que en la mayoría podría decirse. Hay un proceso electoral que se llevó a cabo con la normalidad que todo el mundo proclive a beneficiarse del disenso y de la libertad de opinión sueña con recuperar en épocas de proselitismo, para no tener que asistir a lo que se vive por estos días en la campaña estadounidense. Ese país y su democracia —tal vez, la más sólida y madura por la interrelación de sus dirigentes— es el de los uruguayos: “el paisito”, como se lo llama cariñosamente por su tamaño y su estructura, capaz de dar líderes y procesos políticos mucho más sólidos y estructurados.
Ayer arrancó el proceso electoral en Uruguay y todo se decidirá en una segunda vuelta el próximo 24 de noviembre, donde lo que vaya a ocurrir en las urnas será a la uruguaya: sin sobresaltos y dentro de una convivencia política que los vecinos deberían envidiar.
Y esto en tiempos en los que la democracia no goza de buena salud, a lo largo y ancho del mundo. Basta observar el nivel de la campaña proselitista en Estados Unidos, y lo que pueda terminar aconteciendo el próximo marte 5, para medir por cuáles caminos transitará el futuro, no solo de los estadounidenses, sino de gran parte de la humanidad.
El reciente intercambio de ataques y bombardeos entre Israel e Irán funciona como uno de los termómetros para medir los límites que puede alcanzar una guerra que podría diseminarse en otras fronteras. El horror no se detiene en los bombardeos de escuelas y hospitales en Gaza, sino mucho más allá, fruto de las necesidades urgentes de un Benjamín Netanyahu necesitado de avanzar contra lo que se ponga adelante. Presionado por los cuestionamientos internos de una oposición solo controlada por el ataque del 7 de octubre del año pasado.
Un líder condicionado por sus ministros, de una ultraderecha que ve cómo se cumple su sueño histórico de destruir Gaza y avanzar sobre el Líbano y más allá. Todo sin que el Departamento de Estado pueda incidir siquiera, como en otros tiempos. La coyuntura electoral y el nuevo escenario donde “el poder real”, el económico, ya no repara en el poder político, ni en sus ocasionales gerentes en la Casa Blanca.
Y si en Oriente Medio llueve, en el norte de Europa no escampa. La confirmación de que soldados norcoreanos pelean codo a codo con los rusos en Ucrania, fruto de un acuerdo militar entre Vladímir Putin y King-Yong-un, se esboza como un nuevo argumento para que las fuerzas de la OTAN se apresten para un ingreso de lleno en ese conflicto. Así, sin disimulos de ninguna índole, la guerra, soñada para dirimir pleitos geopolíticos, va tomando forma. Se suceden los bocetos y los estudios. Los artistas de tamaña obra del arte tétrico, no muestran el rostro, pero es fácil detectar a qué escuela artística pertenecen. Solo bastará saber quién o quiénes firmarán el lienzo de este reseteo mundial, sin óleo, pero pincelado con toneladas de sangre, con el nombre que pasará a la historia.
Porque con “el paisito” solo no es suficiente. La democracia agoniza sin remedio y la guerra se impone como terapia de reordenamiento. El problema adicional llegará después. Cuando se apague el ruido de las armas y devenga un silencio que nadie se animará a romper ni para decir “esta boca es mía” y mucho menos para esgrimir derechos.
Y es que al llegar a ese estadio. La historia, siempre, será parcial, corta y hasta desvirtuada. Contada por la mitad. Porque como siempre, la historia la escriben los que ganan.
La trampa invisible (I)
Por Roberto López
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