El Mercedes Benz del presidente Velasco Ibarra y su esposa se detuvo junto al de mi familia en el cruce de la avenida Tarqui, con la 6 de Diciembre. Mi padre saludó con la cabeza y el presidente le respondió de igual manera, haciendo un gesto con su sombrero. Desde mi ventana, en el asiento de atrás, agité mi mano saludándolo; se giró hacia mí, sonrió y agitó su mano brevemente. Transcurría 1970, tenía ocho años y recuerdo que pensé que parecía una calavera, pero simpática. Mi recuerdo del presidente es vívido: vestido impecablemente, con terno oscuro, lentes, sombrero y bigote blanco. Su figura emanaba respeto.
Abogado graduado de la Universidad Central, Velasco Ibarra gobernó Ecuador como presidente o dictador por casi 13 años, desde 1935. Nada menos que cinco tumultuosas presidencias, logrando solo terminar el período de 1952 a1956. Fue un personaje carismático y controvertido, de temperamento tempestuoso; un magnífico orador, capaz de hipnotizar las masas. La obra de su gobierno fue vasta y los logros alcanzados muchos y muy importantes, pero a mi parecer, su grandeza reside en su entendimiento e interpretación de la investidura presidencial.
En estos días, mi primo, Patricio, me envió una copia de una carta firmada por Velasco Ibarra, en abril de 1945, dirigida a los señores Jaime Cruz y Luis Rosas, presidente y vicepresidente del Comité José Mejía, respectivamente, en respuesta a la oferta que le cursaran para que el Presidente de la República aceptara los recursos de una colecta realizada por su comité para donarle una casa. En su respuesta, el presidente J. M. Velasco Ibarra les agradece muy sinceramente la buena voluntad, pero rechaza tajantemente la oferta, insistiendo que su labor de presidente de la República es “un deber de honor, por un deber para la Patria” y subraya: “… quiero salir de la Presidencia tan pobre como entré en ella”. Concluye solicitando que se hagan las gestiones del caso para donar el monto colectado por partes iguales al orfelinato Vicente de Paul y al leprocomio Verde Cruz. Puntualiza que “…si la cantidad fuese exigua, preferiría que solamente se asigne al Leprocomio”.
Su última presidencia, como algunas de las previas, terminó abruptamente al ser derrocado por el general Rodríguez Lara en 1972. Salió al destierro en Buenos Aires, a la edad de 79 años, acompañado de su esposa argentina, Corina Parral. No solo no vivieron modestamente, vivieron pobres, a pesar de que fue abogado, ensayista, periodista, catedrático, político con varias publicaciones. Miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, también de la Academia Nacional de Historia; conferencista de honor en varios países, pero por sobre todo fue un político honesto con una trayectoria de 40 años de vida política.
La imagen que llevo conmigo de Velasco Ibarra es la de mi niñez. Un señor, un caballero, que viajaba sin los aspavientos de la actualidad con carros blindados, escondidos tras vidrios polarizados, llenos de guardaespaldas seguidos por un séquito de carros y motos policíacas.
¡Qué contraste con los lamentables mandatarios que hemos tenido, especialmente con los dos los últimos y con el actual para los que la presidencia no era, ni es ni será una labor de honor y de servicio, sino un botín personal! Personajes sin luces ni escrúpulos. Tan, pero tan sin luces, que el mayor logro conseguido es una crisis energética sin precedentes en el país.
Doña Corina Parral falleció en Buenos Aires en 1979; Don José María Velasco Ibarra trajo el cadáver de su amada esposa para enterrarla en Quito. Un par de días después murió él mismo a los 86 años. Asistí a la Plaza de San Francisco a su multitudinaria despedida, a la despedida de un luchador honesto. Ya no pudo saludarme con su mano, yo le saludo desde aquí y le rindo homenaje. Me saco el sombrero frente a su legado de honor y de honestidad ¡un legado de verdadera ecuatorianidad!
Navidad en un pueblo
Por Kléver Bravo
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