Hasta donde la memoria nos permite bucear no hay documento o evidencia recordar de una campaña presidencial en la que los informes de salud de los candidatos fueran de semejante importancia como en esta carrera por la Casa Blanca. La vicepresidente y actual candidata demócrata, Kamala Harris, dejó que distribuyan el informe médico sobre su salud en donde se la declara “apta” para ejercer el cargo, si el próximo 5 de noviembre llega a la Presidencia, como ella, su partido y el conglomerado industrial-militar de la aún potencia mundial, lo vienen planificando.
Aquello se leyó como una estrategia para poner en duda la salud mental del expresidente Donald Trump, hueso duro de roer en las urnas y en las calles. Así lo demuestran las encuestas (donde, salvo en Pensilvania, donde Harris lleva una leve ventaja, ambos están cabeza a cabeza), la historia reciente y el fanatismo de algunos de sus seguidores dentro del Partido Republicano o en el seno de un lumpenaje político que cada vez es más prolífico.
Los antecedentes inmediatos y la falta de propuestas, de esas que llegan cargadas de consideraciones filosóficas —cuando no políticas—, conforman el contexto perfecto para que todo se vuelque hacia la salud, física o mental de los candidatos. El devenir de Joe Biden, desde su llegada al Poder, sigue siendo el marco de referencia en este año electoral.
Las confusiones, las evidencias de que el hombre no concordaba en tiempo y espacio y algunas declaraciones confusas, forzaron los cambios de monta con la campaña ya iniciada, y al observar el estado actual en los puntos álgidos del planeta, allí donde priman los intereses de Washington, surge la duda de si el todavía jefe de Estado es el único de la estructura del poder que se encontró en el lugar equivocado en el momento menos adecuado.
Los números y la expansión de la influencia China, en varios continentes, indican que no es el mejor momento histórico para Estados Unidos. Viene insuflando una guerra en Ucrania que, lejos de tener un final a la vista, parece no haber comenzado su etapa más dantesca. Sin mucho peso (o voluntad) para ayudar a solucionar conflictos o a torcer el destino en su patio trasero, como Venezuela por poner solo un ejemplo. El manual del buen imperio recomienda salvaguardar a los países productores de petróleo de conflictos cuando lo que está en juego es el suministro. Detalle que debe ser tenido en cuenta por los venezolanos a la hora de medir sus esperanzas de cambio y que a Washington parece írsele de las manos, en Medio Oriente. Allí, no puede administrar las ínfulas criminales de Benjamín Netanyahu, después de darle vía libre para arrasar en Gaza, hace casi un año y seguir su ofensiva en el Líbano y, ahora, torear al extremo a Irán y, de rebote, a otras naciones en la región como Siria u otros aliados de los Ayatolás.
Y es que el líder conservador israelí, que enfrenta una creciente oposición dentro de su territorio, aparece decidido en ir hasta el final con Irán, desatando una guerra de proporciones inusitadas y transformando el mercado petrolero en un pandemónium. Algo que tiene en vilo a la Casa Blanca y subyace como un elemento clave en el tramo final de la campaña electoral.
La situación se calienta con el correr de las horas. Teherán lo viene advirtiendo cada vez con mayor frecuencia, de que no rehúye a un enfrentamiento armado. Ya tiene en alerta extrema tanto a su Ejército y a la Guardia Republicana. Cerró aeropuertos y varias ciudades entraron en alerta, a la espera de que sea Israel y su poderío militar —el mismo que no quiso ver o hizo la vista gorda a la ofensiva de Hamás el pasado 7 de octubre—
Las advertencias de la Administración Demócrata, vía el secretario de Estado, Antony Blinken, a la alianza de colonos y ultraderechistas que rodea a Netanyahu son constantes, y hasta desesperadas por momentos, pero solo parece encontrar oídos sordos. Como si los muchachos de Bibi jugaran a tensar la cuerda, aprovechando las necesidades electorales de sus socios demócratas o de sus futuros aliados trumpistas en Washington.
En el medio, ni Rusia ni China paralizan su juego geopolítico. Moscú viene de firmar una alianza militar con Irán, y advierte sobre la conducta de Estados Unidos en Yemen. Síntomas de un recalentamiento global que nada tiene que ver con el cambio climático sino con tambores bélicos.
Lo cierto es que mientras ello ocurre, el mundo asiste a un vertiginoso cambio de época, donde una guerra global está cada vez más cerca y el ocaso de Occidente se vislumbra como una hipótesis que cobra fuerza con el correr del tiempo. Alcanza con observar el estado actual de la economía en varios países europeos, los desafíos sociales que se presentan en Francia con un gobierno preso de la confusión o el comportamiento de la OTAN (Organización del Atlántico Norte) para con Rusia, para comenzar a tomarnos en serio que la salud mental en ciertos espacios de poder no es la apropiada. O al menos, la que se espera de ellos, en momentos cruciales como este.
Aun así, en una campaña tan aburrida como la actual, donde solo pesan los antecedentes inmediatos de un Trump, en el rol de malo de la película, y de una Harris, personificando a una Wonder Woman salvadora de su partido y de la democracia, mientras lleve adelante los viejos planes de guerra en desarrollo, bien podría ingresar en una etapa más novedosa y divertida. Todo para sacarnos del hastío y atemperar un poco el temor a una guerra nuclear, como llegan a vaticinar algunos analistas.
Sería de celebrar que alguno de ellos, Harris o Trump, o ambos —cada uno en su momento—, en el momento que les toque el turno del proselitismo en Manhattan, organicen un mitin en el número 8 de Saint Mark´s Place, en el East Village. Allí, en frente a la casa donde creciera Astor Piazzolla y se atrevan a entonar allí la letra de “Balada para Un loco”. Kid Rock y Bruce Springsteen, siempre listos para colaborar en la campaña de Donald y Kamala, respectivamente, sabrán comprender. Las necesidades y la locura del momento así parecen recomendarlo. ¿Y por qué, no? La interpretación de tamaño himno, podría ayudar a volcar la elección para un lado y para el otro. Y de paso, ya contaríamos con la banda sonora acorde al futuro que nos aguarda.
Navidad en un pueblo
Por Kléver Bravo
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