Desde hace algunos años, mi vida ha transcurrido principalmente a 10 mil pies de altura, con una ventana ovalada como testigo de sueños. Como muchos sueños, estos vienen acompañados de lágrimas: unas de alegría y otras de frustración.
En una de esas travesías, mi mejor amiga desde los primeros años de escuela, quien es arquitecta, me explicó que, según las teorías del diseño, los aeropuertos son considerados como No-Lugares, espacios transitorios. Marc Augé, el autor de este concepto sostiene que los No-Lugares son espacios que no están diseñados para crear recuerdos duraderos; son solo espacios de paso.
Siempre he pensado que estos No-Lugares —transitorios— son un reflejo de la vida misma. Un instante fugaz, un parpadeo, encuentros y desencuentros; inicio y fin de muchas historias. Augé también menciona que hospitales y cárceles son considerados en esta definición, al ser lugares de tránsito donde el tiempo puede ser amigo o adversario. Este autor introduce el término “temps mort” o tiempos muertos para describir la sensación de espera por estos espacios.
Años después de esa conversación, un 29 de septiembre de 2021, más de 100 personas privadas de libertad fueron cruelmente asesinadas en un centro penitenciario en Guayaquil. La mayoría de ellos eran jóvenes de menos de 25 años, sin acceso a oportunidades educativas y el 75% de los fallecidos no tenían una sentencia condenatoria, es decir, podían haber sido inocentes. En medio de la disputa del crimen organizado, el Estado carecía de lo más básico: no se sabía con certeza cuántas personas estaban detenidas. En otros hechos de violencia, ni siquiera había luz en el centro forense para identificar a las víctimas. Estos hechos de violencia sacaron a la luz la profunda precariedad del sistema penitenciario de Ecuador.
El país se enfrentó a un falso dilema: seguridad o derechos humanos. En ese contexto de caos, coordiné junto a un equipo de jóvenes comprometidos la construcción de la primera política pública de rehabilitación social con un enfoque de derechos humanos. Con el apoyo de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la academia, la sociedad civil y los seis ministerios del Directorio del Sistema Nacional de Rehabilitación Social, involucramos a 40 actores del sector público, privado y comunitario. Juntos construimos 308 líneas de acción para reconstruir el sistema penitenciario. Mientras hubo condiciones de seguridad, trabajamos con convicción en un sector olvidado del país, con la esperanza de que esta causa sea una prioridad nacional y creer en las segundas oportunidades, a pesar de todo.
Tiempo después, volví a enfrentarme al concepto de los No-Lugares en un contexto diferente: la repotenciación de un hospital oncológico. El cáncer es una enfermedad solitaria, y el entorno en el que un paciente recibe tratamiento puede marcar la diferencia en su experiencia de sanación. Pude ver cómo un espacio bien iluminado, con acceso a la naturaleza, transformaba la percepción del tiempo en el hospital y ayudaba en el tratamiento del paciente.
Estas dos experiencias me llevaron a una misma conclusión: en los No-Lugares, a menudo se olvida a la persona. Sin embargo, desde estos espacios existe la oportunidad de mirar más allá del delito o la enfermedad y de devolver la dignidad a quienes transitan por ellos. El desafío está en humanizar estos lugares y repensar su propósito, transformándolos en espacios que reconozcan la humanidad de cada persona que pasa por ellos.
Pocas son las mujeres que trabajamos en asuntos de seguridad, y con frecuencia me preguntan: ¿te da miedo? La verdad es que, en un entorno donde la línea que separa la política de la politiquería es cada vez más tenue, lo que más miedo provoca no es lo que se ve en las prisiones, sino la indiferencia y la politiquería que permiten que esas tragedias ocurran.
La verdadera política exige valentía para transformar los No-Lugares en espacios donde se reconozca y se valore la vida humana, incluso en sus momentos más difíciles.
Navidad en un pueblo
Por Kléver Bravo
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