“No hay camino para la paz, la paz es el camino.” Esta frase de Mahatma Gandhi resuena irónicamente en el contexto de la interminable espiral de violencia que perpetúa la inestabilidad en Oriente Medio. El reciente ataque de Irán a Israel y las amenazas de represalias por parte del primer ministro Benjamín Netanyahu evidencian una nueva manifestación de la lógica del “ojo por ojo”, que intenta generar una ceguera moral colectiva.
Israel sostiene su derecho a la autodefensa, pero en su afán por eliminar a Hamás, parece dispuesto a sacrificar poblaciones enteras, como si las vidas de decenas de miles de civiles inocentes acorralados en Gaza y Líbano carecieran de valor. El número exacto de víctimas sigue siendo impreciso. El apoyo de Estados Unidos y de parte de la comunidad internacional, que respaldan incondicionalmente a Israel en sus acciones bélicas, agrava esta situación. ¿Quién domina esta narrativa?
En este escenario, António Guterres, secretario general de la ONU, fue declarado persona non grata por parte de Israel al no ser contundente en su condena de los ataques iraníes. ¿Con qué autoridad moral pueden exigir “vehemencia” ante las agresiones recibidas quienes cometen crímenes de lesa humanidad? ¿No es el patrioterismo el que lleva a exigir condenas selectivas en lugar de una respuesta universal ante la violencia? Las instituciones creadas para garantizar la paz parecen haber perdido su fuerza; quienes deberían actuar como garantes de justicia hoy son regañados, cuestionando así su relevancia en el escenario internacional.
La exacerbación de los nacionalismos y los regímenes teocráticos de la región complican la obtención de soluciones. ¿Realmente Irán busca defender a Palestina, qué intereses geopolíticos están en juego detrás de sus acciones? Preguntas similares cabrían hacer a Estados Unidos y sus aliados en relación a su defensa de Israel. Estos cuestionamientos surgen en un escenario donde los conflictos parecen servir a propósitos más amplios que la mera defensa de una causa.
La humanidad, sumida en una espiral de odio y desinformación, parece haber perdido el rumbo. Un enfoque que priorice el diálogo y la reconciliación suena ideal, pero ¿qué futuro podemos esperar de quienes alimentan el caos para sostener su influencia geoestratégica y beneficiarse de la industria militar? El riesgo de un conflicto bélico regional amenaza no solo a los países implicados, sino también la seguridad global.
La trampa invisible (I)
Por Roberto López
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