Normalmente las guerras no terminan con la destrucción total del enemigo. Si bien ese es el objetivo superior o, mejor dicho, el deseo íntimo de cada una de las partes. La historia nos muestra que, en general, luego de haber gastado billones y cientos de miles de muertos a sus espaldas, las partes en conflicto aceptan entrar en conversaciones de paz que se negocian renunciando a exigencias que fueron consideradas incluso reinvidicaciones irrenunciables en algún momento del conflicto.
El lograr éxitos militares lleva a la parte que los ha alcanzado a ambicionar y ver más cerca el triunfo total sobre el otro. Esta estrategia conduce, en general, a un callejón sin salida y en el peor de los casos tiene el efecto de un boomerang. Recordemos la guerra de Corea.
En 1950, luego que EE.UU. apoyando a las tropas de las Naciones Unidas obligara a las tropas norcoreanas, sin mayor resistencia, a retroceder desde Seúl hasta la línea de demarcación en la latitud 38°, pusieron en su mira un objetivo mucho mayor: reunificar las dos Coreas y luego declarar al país como protectorado estadounidense. Con este propósito, se inició una campaña militar que obligó al repliegue de las tropas norcoreanas, mas allá de la línea de demarcación hasta alcanzar la frontera con China.
China considerando que la seguridad nacional se encontraba amenazada al tener tropas hostiles en su frontera decidió movilizar al Ejército Popular de Voluntarios con 1,5 millones de efectivos. Un par de semanas mas tarde, el ejército Norcoreano con apoyo de China entraba nuevamente en Seúl. Luego de dos años de guerra, militarmente se llegó a un punto muerto, procediéndose a declarar un armisticio. Las cosas volvieron al lugar de partida. Ni más ni menos. Tel vez incluso peor, la línea de demarcación latitud 38° declarada en 1945 como una frontera provisional, luego del armisticio alcanzado marcó la frontera entre las actuales dos Coreas.
Otros ejemplo de “retorno al lugar de partida” se dió también en la guerra indo-pakistaní de 1965 o en la guerra Irán-Irak de 1980, ésta última luego de 8 años de guerra y mas de 1 millón de muertos.
En 2023, Selenski, envalentonado después de que su ejército identificara debilidades del ejército ruso que le permitieron alcanzar éxitos militares en la ciudad de Jerson, amplió sus propios objetivos bélicos con el apoyo de los gobiernos occidentales. Así, en coro con el presidente Biden declararon estar en el “Año de la reconquista”, en los albores del “Futuro de la libertad”, y del “Triunfo total”, y demás slogans ideológicos. Se dio inicio entonces al plan prioritario que consistía en la contra-ofensiva para la recuperación del Donbás. Posteriormente, el objetivo mayor sería recuperar Crimea.
La Federación Rusa hasta el momento ha sorteado con éxito no solo todos los planes y las estrategias militares ucranianas sino también todas las sanciones económicas que Occidente les ha impuesto.
Esta guerra alimentada por EE.UU. y desencadenada por la invasión a Ucrania por la Federación Rusa, no cambiará de rumbo militarmente hablando sin una intervención militar directa de EE.UU., Europa y la OTAN. Los resultados tendrían efectos desastrosos para el mundo entero.
Antes o después, Kiev y Moscú tendrán que sentarse a la mesa de negociaciones. Sería de esperar que la ONU y, en particular, los países de la OTAN al mando de EE.UU., apoyen esta iniciativa y no la vuelvan a torpedear, enviando personajes de dudoso calibre moral como Boris Jhonson para alargar una guerra sin sentido. Si bien el negocio del armamento florece, el mundo no está en capacidad de seguir pagando las consecuencias de esta guerra, ni las personas que la soporten.
La trampa invisible (I)
Por Roberto López
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