El mensaje es cada vez más irascible, drástico y hasta totalitario, podría decirse. Las posturas se extreman al máximo y si se lo midiera en términos derruidos por la obsolescencia habría que asegurar que el mundo gira a la “derecha”.
Muestras son las que sobran. La Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) tiene a la migración en la cabeza de su lista de prioridades. Lo mismo que el lepenismo en Francia o cualquier agrupación afín en distintos lugares de Europa. En Estados Unidos, Donald Trump representa el ogro a vencer por un Partido Demócrata que cuenta con los inestimables favores del complejo industrial-militar, con un solo fin: que la pasión por la guerra no decaiga entre Rusia y Ucrania, y en lo posible —si no fallan los cálculos—, se extienda a otros países.
En el vecindario, Javier Milei y Jair Bolsonaro juegan a The Beatles y The Rollings Stones del subdesarrollo, mientras, outsiders de distintos linajes, neoliberales reconvertidos, expinochetistas, amantes del vituperio fácil y carácter faccioso en pos de capitalizar el descontento social en distintos países se van anotando en la carrera por el poder. Se trata de estar “a la moda”, de capitalizar “los logros” y buenos oficios de modelos a seguir, del tipo de Nayib Bukele en El Salvador.
¿Y qué hay de aquello que conocimos, celebramos, apoyamos y militamos y que llamábamos progresía o izquierda? Mal, pero acostumbrada. En muchos casos, condenada a atravesar un desierto en materia de apoyo popular. Las causas son variadas y para todos los gustos. Se encuentran en aquellos que se cansaron de bastardear su ideario cuando su currículo está construido del más estricto conservadurismo. Dirigentes que, luego, de la noche a la mañana, pasaron a autopercibirse como revolucionarios. Diseñaron estrepitosos fracasos a la hora de gobernar, desgranando un guion sin sustento en los hechos, donde había lugar para los atropellos institucionales de distinta índole, la corrupción y la pésima gestión económica, pero jamás para la transformación social.
Todo eso confluye para generar niveles de bronca, impotencia y descontento en las respectivas sociedades, pocas veces visto. De ahí que lo que vino —o vaya— a venir después, no es la esperanza de un cambio, sino la desesperanza.
Huelgan los ejemplos. Desde presidentes dizque “progresistas” ligados al narcotráfico, a otros testaferros de militares en tiempos de dictaduras, reconvertidos luego en adalides de los derechos humanos. Están también los que llegaron en nombre de una revolución por la vía democrática para transformarse, lisa y llanamente, en un régimen despótico. Cuando no, gobiernos donde la corrupción desembocada fue su marca registrada.
Todas, esas patologías van denigrando la política y el sistema democrático, hasta que la gente termina optando por tomar distancia de esos discursos que se creían más cercanos al “pueblo”. Ese pueblo, en tanto individuo, que cuando parece mirar hacia ningún lado, lo que hace es clavar su atención en las redes sociales. Allí donde los Milei, los Trump o los herederos del Führer suelen llevar una sideral ventaja, con aquellos que insisten con seguir en el lugar que perdieron: la calle.
Son estos los países que, con su mala praxis, suelen forzar a sus conciudadanos a emigrar. Y si de inmigrar se trata, ahí está una Europa con problemas serios, la que no logra quitarse del inconsciente colectivo su pasión por el colonialismo. No termina de digerir que el fenómeno de la emigración es el resultado de los desastres que ese sistema dejó a su paso por los países africanos. Eso que la AfD o Ressemblement National (RN) ven como un flagelo a combatir, en sintonía con cada vez mayor cantidad de adeptos en diversos países del Viejo Mundo, representa la retribución (para no llamarlo revancha), de los oriundos de la excolonias a tanto expolio durante siglos.
Por ejemplo, hoy España puede mostrar buenos índices económicos, en gran parte, gracias a su récord en materia de servicios, más precisamente en el sector turismo. También allí, se escuchan a diario diatribas contra la migración, pero son pocos los que se atreven a reconocer que de no ser por la mano de obra sudamericana, que sigue llegando en cantidades considerables, el aparato productivo del país entraría en jaque.
Debate ese siempre presente en Estados Unidos. Alcanza con ver algunas de las encuestas preelectorales en Estados Unidos. En casi todas, la vicepresidenta, Kamala Harris, aventaja a Trump por algunos puntos Hay un sondeo de los últimos días en el que se les preguntó a los encuestados si están a favor o en contra de la propuesta del expresidente republicano de llevar adelante la mayor deportación de inmigrantes de la historia, el 54 % apoya la moción.
Históricamente, cuando la economía se retrae, cuando en la geopolítica se reformatea bajo intereses inconfesables, el camino más corto suele ser el totalitarismo. Los años que prologaron las dos grandes guerras en el siglo XX son prueba palpable de ello.
Con los diques de contención (al neofascismo) destruidos, con sistemas que ahondan la desigualdad social a lo largo y a lo ancho del planeta, la pregunta del millón es: ¿Cómo hacer para cambiar el rumbo de un mundo que avanza hacia un lugar cada vez más peligroso? Nadie parece tener la respuesta.
La única certeza, por ahora, es que urge intentar una alterativa a esa nueva generación que anda a los gritos y amenazante en busca del voto en distintos idiomas. En medio de la confusión de ideas y caminos parece imperioso generar nuevas opciones y nuevas prácticas a la hora de construir alternativas. Tarea más que difícil, cuando se trata de empezar de cero y sin repetir los mismos errores. Ya se sabe a dónde nos llevan los Kirchner y los Correa de la vida.
Además de las fallas sistémicas, los culpables son muchos y fácilmente detectables. Tienen nombre y apellido y están ahí a la vista en la galería del fracaso bajo las franquicias del progresismo o de todas las acepciones del liberalismo. Fueron lo que o, bien, lo secuestraron o se alejaron de los cánones filosóficos una vez en el poder para desde donde defraudaron a generaciones enteras.
Por eso, para las nuevas camadas en este mundo que se viene perfilando, todo indica que la rebelión será autoritaria o no será.
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