Albania empezó a llamarme la atención en 1990 cuando aprendía alemán en el instituto Goethe había un grupo de seis personas que estaban siempre juntas y nadie sabía lo que hablaban ni de donde venían, parecían latinos o turcos, pero eran albaneses, becados por su ministerio de Asuntos Exteriores. En 2003, visité Albania por primera vez por motivos laborales. Había poca oferta de vuelos. El avión vino casi vacío. Al ser uno de los contados extranjeros pasé por migración por la línea reservada al cuerpo diplomático o crews de líneas aéreas. Me resultó simpático mi primer contacto con Albania.
El viaje del aeropuerto a Durres, el puerto principal, fue por una autopista que tenía como característica que también la usaban carretas tiradas por caballos. En realidad, fueron dos, iban por el espaldón de reserva, pero no lo había visto antes. En la ciudad lo que más me llamó la atención fue la cantidad de Mercedes Benz, la gran mayoría de modelos viejos, aparcados, y la de cafeterías en las que estaban sentados solo hombres, fumando, tomando espresso y un vaso de agua, que resultó no ser agua, sino Raki, un aguardiente más parecido a la grappa italiana, pero más fuerte. En Tirana, la capital de Albania, la situación era un poco diferente, por lo menos se veían mujeres en la calle y la oferta de hoteles era mejor, pero aún muy limitada.
Había una clara disonancia entre los Mercedes, el mal estado general de las edificaciones en la ciudad, la falta de servicios básicos como de energía eléctrica, agua potable, entre otros. Hacía apenas 16 años desde que el dictador Enver Hoxha había muerto (1987), de un infarto fulminante. El legado de su gestión, cuatro décadas de terror y total absurdidad, fueron 750.000 búnqueres repartidos en toda Albania, pero sobre todo a lo largo del litoral y las fronteras con Yugoslavia y Grecia, en los que gastó el limitado presupuesto gubernamental y llevó al país a fines de los 80 a ser el tercero más pobre del mundo.
Las relaciones de negocios y trabajo con los colegas y los clientes albaneses fueron siempre positivas, de respeto, colaboración y sobre todo correctas. Mis labores de ingeniero me condujeron por remotos lugares y hermosos parajes de la geografía albanesa. A más de los sempiternos búnqueres, siempre encontré gente sincera, servicial y hospitalaria, donde la diferencia idiomática no fue nunca una barrera. Las casas eran modestas o pobres, pero siempre limpias. A donde llegué fui bienvenido y siempre me sentí seguro. Mis socios albaneses me explicaron que era debido al Kanun, una regulación consuetudinaria, originalmente del norte de Albania, prohibida por Hoxha, que resucitó luego de su muerte y que se basa en cuatro pilares: el honor, la hospitalidad, la conducta correcta y la lealtad a los parientes. Debo mencionar que algunas de las reglas más controvertidas del Kanun especifican cómo debe tratarse el asesinato e incluyen afirmaciones como: “gjaku s’hupë kurr” (la sangre nunca se pierde) y “gjak për gjak” (sangre por sangre). Pero, esto será tema de otro artículo.
La Albania actual es otra, hay un claro cambio, no sólo en términos económicos, sino también, y por sobre todo en infraestructura de servicios básicos, carreteras, atención hospitalaria, aeropuertos, oferta hotelera y gastronómica. De mi primera visita ha quedado el amor por los Mercedes Benz, que ahora son de último modelo, “mis” playas, ahora, están infestadas de turistas, los vuelos van repletos, todo se ha vuelto más caro. Según las noticias locales, la corrupción se ha extendido, la hospitalidad percibo ha disminuido, pero el sentimiento de seguridad no se ha modificado. Albania es el único país, donde el forastero por el Kanun es un rey, intocable. Espero no colapsen los pilares positivos del Kanun.
Felicitaciones! Luis Antonio por tu visita profesional a Albania. un fuerte abrazo a la distancia