TESTIMONIO: Valentina, estudiante universitaria,
apoya establecer límites de velocidad razonables
“El 4 de diciembre de 2023 es una fecha que nunca olvidaré, aunque irónicamente, gran parte de esa noche se ha borrado de mi mente. Tenía 20 años, estudiaba en la universidad y, como todos los días, salí de clases a las 8:15 de la noche en el norte de Quito. Tomé la avenida Manuel Córdova Galarza para dirigirme a mi casa en el sector Dos Hemisferios, en la vía a la Mitad del Mundo.
Todo parecía normal hasta que pasé por la gasolinera Primax. Lo último que recuerdo es el día anterior; del accidente no tengo memoria. Mi familia y mi novio, José, me contaron que un camión, conducido por un hombre en estado de ebriedad, chocó primero contra el auto de una señora con su bebé y luego impactó mi coche por detrás.
El golpe fue tan fuerte que quedé atrapada y perdí el conocimiento. Los bomberos tuvieron que sacarme de los restos del auto y llevarme a una clínica cercana.
Controles de velocidad el 29 y 31 de agosto: ¿dónde serán?
Aunque no sufrí fracturas, el golpe en la cabeza fue grave. Los médicos le dijeron a mi familia que, si la inflamación en mi cerebro no bajaba, tendrían que operarme. Me indujeron un coma para reducir la hinchazón. Cuando finalmente me despertaron, no podía hablar, caminar, ni entender por qué estaba en la clínica. Había perdido el olfato, el gusto, y mi visión era borrosa. Hasta ahora, solo he recuperado un 60% de esos sentidos.
Las primeras semanas fueron las más duras. Me costaba creer lo que había pasado, ya que no recordaba nada y tenía tantas lagunas mentales que la realidad parecía un sueño confuso. He estado haciendo terapias de lenguaje y motricidad, y recibiendo asistencia psicológica para intentar recuperar mi vida. Es un proceso largo y agotador.
Gracias a las personas que detuvieron al conductor borracho, él se declaró culpable. Mi familia ha sido mi mayor apoyo; mi padre se encargó de los juicios y de los gastos médicos, que ascendieron a $15,000 en la clínica, más $5,000 para reparar el coche. Mi madre, devastada, me cuidó día y noche, y José estuvo siempre a mi lado, rezando por mi recuperación.
Ahora, después de ocho meses de terapias y chequeos, he recuperado gran parte de mis habilidades, aunque aún tengo secuelas. A pesar de todo, me siento afortunada, pero me aterra pensar en quienes aún conducen bajo los efectos del alcohol.
No estoy de acuerdo con que todas las infracciones de tránsito deban llevar a la cárcel; hay que establecer límites de velocidad de manera razonable y adoptar sistemas de control modernos que resuelvan el problema de fondo. No puedo cambiar lo que me pasó, pero puedo alzar la voz para que otros no sufran lo mismo.”
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