En la República de Q, el funcionario J transformaba la realidad en cifras convenientes. Cada mañana, en la Oficina de Estadísticas Vitales, Mortales y Electorales, J se enfrentaba a su tarea: convertir asesinatos en datos inofensivos.
Su escritorio, un portal a las dimensiones Y24 y Y34, era el escenario de una macabra alquimia numérica. J se preguntaba: “¿Cuántas muertes violentas pueden desaparecer antes de que la ausencia misma se vuelva visible?”
La respuesta siempre era la misma: un trazo de pluma que convertía una vida en una estadística ambigua.
Un día, mientras J contemplaba el verdadero costo de su trabajo, recibió un memorándum.
[Circular Nº √2]
Se ordena implementar el “Plan de Rearmonización de Ciudadanos Víctimas de Cese Vital No Programado.” Todo asesinato que amenace la narrativa de seguridad inquebrantable deberá ser recalibrado según:
Y24: “Disparo de armas de fuego, de intención no determinada.”, o
Y34: “Evento no especificado, de intención no determinada.”
De conformidad con la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, disponible en esta web: https://icd.who.int/es/
Recuerde: En Q, la ambigüedad es certeza y la incertidumbre, ley:
[Firma: Comité Permanente para la Preservación de la Duda]
J se sumergió en un océano de datos. En la causa Y24, un total 1,471 muertes violentas se transmutaban en un murmullo conceptual: “¡Puede que no sean homicidios, eh! No descarte que sean accidentes o suicidios”.
Cada gobierno tenía su acto en la aritmética nacional:
Fabián Alarcón: 214 casos. “La mediocridad como estrategia.”
Jamil Mahuad: 289 casos. “En el país de los ciegos, el número ambiguo es rey.”
Gustavo Noboa: 243 casos. “La perfección de la imperfección promedio.”
Lucio Gutiérrez y Alfredo Palacio: 11 y 4 casos. “Apenas un eco estadístico.”
Rafael Correa: 710 casos. “¡Los números bailan al ritmo de mi revolución!”
De manera similar, en la causa Y34, un total de 4,388 muertes violentas se desvanecían en el limbo de “no sabemos ni de qué se murieron, así que no se atreva a contabilizarlos como homicidios, ¡tenga usted la bondad!”:
Alarcón y Mahuad: 125 y 258 casos. “Una obra maestra de la ausencia.”
Noboa: 834 casos. “Una anomalía de normalidad en el caos.”
Gutiérrez y Palacio: 149 y 86 casos. “Una hazaña de invisibilidad numérica.”
Correa: 2,936 casos. “¿Quién necesita la realidad cuando la puedo falsificar?”
Mientras manipulaba estas cifras, J tuvo una revelación que lo estremeció: su trabajo no era simplemente reclasificar homicidios, sino componer una realidad más digerible. Era el director involuntario de una orquesta macabra, el compositor de una ficción llamada “seguridad nacional”.
Entre las causas Y24 y Y34, la verdad de los asesinatos aguardaba, tan inalcanzable como la última nota de una sinfonía infinita. En la República de Q, la muerte ya no era solo ser o no ser, sino una elección puramente estética: ser una nota al margen, un acorde de una realidad alternativa en las estadísticas oficiales.
J cerró los ojos, intentando ignorar el peso de las vidas perdidas. En ese breve instante de oscuridad, contempló la idea de habitar un mundo enteramente fabricado por su propia mente. Después de todo, reflexionó J, él no era un simple funcionario, sino el arquitecto involuntario de una realidad cuidadosamente falsificada.
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