Si se alude las múltiples narrativas oficiales en torno “al terrorismo” que se ha desatado en Ecuador con un efecto parecido al de teléfono dañado, es fácil constatar que se han amplificado las concepciones de terroristas tanto desde el discurso oficial- aquel que manejan los conductores de la seguridad- como por parte de varios medios de comunicación y expertos que no lo logran distinguir las sutilezas que sí trabajan las distintas perspectivas críticas de la seguridad.
No existe nada más contraproducente que repetir términos que generan identidades sólidas, en torno a fenómenos y acciones instrumentales que deben ser vistas en espacios lábiles, móviles y gaseosos (cambian y se desvanecen fácilmente) y que intentan dar sentido a fenómenos cuyas dinámicas no alcanzamos a comprender en complejidad, y por ende el atajo más rápido es anclarnos a definiciones que supuestamente son aceptadas tras un objetivismo y fundamentalismo inamovibles por parte de las corrientes de pensamiento más ortodoxas, que son las más conocidas. Lamentablemente, estás han quedado rebasadas para profundizar problemáticas que requieren nuevas herramientas conceptuales y analíticas para situar fenómenos multidimensionales de redes recombinantes de actores criminales, mercados criminales, narrativas y violencias en el país y sus implicaciones.
Hago referencia al punto de partida de uno de los más reconocidos expertos en seguridad crítica el profesor James Der Derian Director del Centro de Estudios de Seguridad Internacional de la Universidad de Sídney, quien sostiene que hemos desarrollado una gran habilidad por pensar y hacer juicios en torno al terrorismo que resulta de una mezcla corrosiva entre oportunismo oficial, exageración mediática e histeria pública. Y traigo a colación este criterio frente a la circulación del “neologismo” aparecido en la escena de la que se supone es una conducción experta en seguridad: el terrorismo verbal. Los Estudios de Terrorismo consolidados en el mundo académico al inicio de los 80, daba cuenta de la importancia de que el mundo anglosajón y sobre todo Estados Unidos requería sostener la noción de que los americanos vivíamos en un mundo peligroso, con una nación que estaba en riesgo permanente como antesala al fin de la Guerra Fría (1989). La necesidad de sostener una identidad unificada por parte de Estados Unidos influyó directamente en casi un ritual de atrapar categorías para explicar problemas de la región que inciden en la toma de decisiones para hacer frente al “terrorismo existente” . En nuestro país, sobre todo si se toma en cuenta el discurso de las operaciones militares con dicho sesgo, irrigado por la declaración del conflicto armado interno en Ecuador, uno de cuyos enemigos antropomorfizados son los 22 grupos terroristas. Pero, ¿ sabemos realmente cómo son? ¿ quiénes son? ¿están vinculados a sectarismos y fundamentalismos religiosos, políticos, étnicos? ¿ostentan verdaderos poderes mercenarios?
Esto, sin duda, trae a la psiquis de los ciudadanos escenas de coches-bomba, descuartizamientos, desmembramientos, cadáveres despiezados y enmaletados como advertencias, sicariatos al estilo de mafias milenarias, explosiones, secuestros, que se ha tornado casi un mito construido sobre la relación miedo/ violencia/ poder, donde al parecer la cancha ni siquiera está claramente trazada, pero la sofisticación de acciones violentas sin estar claramente hacen sentir su crudeza enmarcadas en “narco terrorismo”- en sentido estricto data de los 80, en la mezcla entre el grupo insurgente Sendero Luminoso con el mercado de drogas en el Perú-.
Vivimos formas mixtas y violentas de ejercicio de poder en las articulaciones ad hoc y de mediano aliento entre actores, mercados criminales y espacios; demonios dispersos por varias zonas del país, una inundación del “eje del mal” como dirían las nomenclaturas estadounidenses; en definitiva, desde la simplificación de un fenómeno que exige un estudio sistemático, multiespacial, cultural, ideológico y político, hemos arribado a explicaciones lineales, vaciadas de contenido y espectacularizantes como el ¡terrorismo verbal! No sé si reír o llorar.
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