El sistema democrático garantizaba el ejercicio de las libertades, la igualdad entre los ciudadanos y la limitación del poder a los gobernantes. Era un buen sistema, pero entró en crisis. Actualmente, en el mejor de los casos, es un sistema de privilegios, servidumbre ciudadana y poderes desmesurados para los mandatarios.
Democrático se dice el régimen ridículo y militarista de Corea del Norte, el revoltijo de terror y brujería de Nicaragua y el grotesco y corrupto de Venezuela. Personajes tan torcidos como Kim Jong Un, Ortega o Maduro pueden llegar al poder y quedarse para siempre porque las impotentes potencias no pueden hacer nada. Esta es la crisis de la democracia.
En nuestro país la crisis ha desembocado en el absurdo y el cinismo. Es absurdo que los organismos más importantes sean paralizados por disensiones internas, manipulación de otros poderes o por políticos que operan desde fuera. Cinismo político es la presencia de más de quince binomios para un país ingobernable.
Hay dos agrupaciones dominantes, correísmo y noboísmo, que polarizan la política, dividen al país en bandos y monopolizan la campaña electoral. Los demás candidatos son figurantes, útiles solo para ambientar el drama político. La escenificación de pleitos, acuerdos escondidos y multiplicación de candidaturas les conviene a los dos bandos que comparten el poder.
Se repetirá la última contienda con los mismos finalistas y con iguales resultados. Los mal pensantes sostienen que al expresidente no le conviene la victoria si no está él en la papeleta, pero le conviene la Asamblea, la justicia y los órganos de control para lograr la impunidad.
Una vicepresidente acusada y acusadora, un tribunal contencioso electoral impredecible, una Fiscalía que baraja políticamente los casos, un Consejo Electoral que se ha ganado la desconfianza, un concurso de jueces que se arma y se desarma, son factores que asustan a los nerviosos conductores de la nave del Estado, uno lleva el timón, el otro el freno.
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