Nada, de lo que ocurre en Venezuela, es nuevo, a pesar de los esfuerzos que hacen la comunidad internacional y algunos países de la región por mostrarse sorprendidos y preocupados ante este nuevo capítulo de fraude y autoritarismo del régimen.
Mientras la oposición demostró el sábado en las calles que las actas que le mostró al mundo tienen sustento, múltiples analistas se esperanzan con “una salida negociada” —con amnistía incluida para los Maduro, los Diosdado Cabello y los hermanos Rodríguez, entre otros— en pos de lo que puedan hacer, además de la administración Biden, Lula Da Silva, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador.
Sería sano revisar los antecedentes en otros momentos convulsos del último cuarto de siglo (el del chavismo en el poder) para que no terminen sufriendo de frustración. Sin ir más lejos a las negociaciones poselectorales del 2018. Tras las cuales todo volvió a ser proscripción (de María Corina Machado y de otros candidatos opositores) y múltiples acciones del aparato represivo.
Hasta aquí, “los mediadores” no brindan su mejor perfil para ayudar a solucionar la crisis. Biden puede olvidarse de lo que diga cinco minutos antes, pero nunca se olvidará de la Franja del Orinoco, de su petróleo y de Chevron. A Petro, en cambio, lo corre la desesperación por una eventual estampida migratoria. AMLO, por su parte, actúa por ósmosis haciendo gala de su priísmo congénito y a Lula lo abruma el malestar de poner en juego su liderazgo regional y las consecuencias que todo esto pueda acarrearle en el frente interno. El dosier Venezuela se erige en la amenaza más grande en su dilatada carrera política. La que podría herir de consideración su reputación de estadista construida durante más de 45 años.
De allí, tanta tibieza en el frente internacional y el progresismo en todas sus formas se enfrenta a otra dura contradicción: ¿Cómo seguir defendiendo lo indefendible y seguir siendo funcionales a los Milei que parecen comenzar a reproducirse en serie?
La experiencia indica que el chavismo, en su versión más osca, la de Maduro —al que la inflación parece haberlo obligado a referencia “cinco puntos cardinales” y no ya cuatro—, no negocia. No sabe cómo hacerlo, tampoco suele quererlo y, por presiones internas, no puede.
Es por eso que, con la comunidad internacional en modo timorato, Maduro —El elegido de Raúl Castro— y sus cómplices se cierran en su propio caparazón, con un guion bien estudiado que logró pasar “el banco de pruebas” en Managua, mientras Venezuela y los que la sufren día a día, desde hace cinco lustros, se queda cada día más sola.
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