Baño de fraude: Maduro y la victoria del absurdo

Ago 4, 2024

Por Heidi Galindo

Heidi Galindo es docente de Filosofía, Sociedad y Estética; máster en Desarrollo Social y máster en Filosofía y Pensamiento Social. Coordinadora del Instituto Nacional de Educación Laboral.

Con la reciente y supuesta victoria electoral de Nicolás Maduro, la política venezolana ha alcanzado un absurdo comparable a la opacidad kafkiana de El proceso. En esta obra, su protagonista, Josef K., es conducido a la muerte sin comprender el proceso que lo condena, enfrentándose a un sistema judicial laberíntico que nunca logra desentrañar, muestra de un estado de derecho en descomposición. De manera similar, los venezolanos, quienes en sus inicios experimentaron fervor y esperanza con el modelo chavista, se han visto atrapados durante 25 años en un entramado de corrupción y represión bajo un régimen que prometió transformación, pero que consolidó una dictadura en lugar de un estado de derecho.

Las amenazas de Maduro de un “baño de sangre” y una “guerra civil fratricida” si no se aseguraba su victoria el 28 de julio se materializaron en una farsa electoral, desnudando la naturaleza fraudulenta de su régimen.

En un entorno de “autoritarismo competitivo” (Steven Levitsky y Lucan A. Way), el fraude se manifiesta a través de un simulacro de democracia, en el que las instituciones y procesos electorales están manipulados para mantener el poder sin permitir una verdadera competencia.

Las elecciones están controladas por el régimen, que excluye a candidatos opositores, limita la libertad de prensa, y utiliza la represión para suprimir cualquier disidencia. Este entorno no solo socava el principio de la soberanía popular, sino que convierte la democracia en una mera ilusión, una representación vacía donde los resultados están preordenados para perpetuar el poder del tirano.

El régimen de Maduro, a pesar de controlar vastos recursos, ha demostrado una incapacidad crónica para gestionarlos. La hiperinflación y la escasez han empeorado bajo un gobierno envuelto en acusaciones de narcotráfico. Las protestas, cacerolazos y rechazo a su reelección evidencian un amplio descontento. La ruptura con países que exigen transparencia subraya el creciente aislamiento al que sumergen al país.
Cabría preguntarse si el “baño de sangre” con el que Maduro ha amenazado no es, en realidad, una proyección de su propia permanencia en el poder.

La creciente pobreza y la migración masiva reflejan el desastre humanitario en curso. La comunidad internacional, tildada de injerencista, debe estar atenta a los crímenes y la posible masacre del pueblo. La esperanza radica en el coraje de los venezolanos y el apoyo que le otorguemos.



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