Al momento de cerrar este artículo, la noche se presumía larga, sin final aparente para los venezolanos y para toda América Latina, en una elección presidencial clave para el futuro del país y para el devenir político de la región. La tensión iba en aumento con el correr de las horas en Caracas y en todas las ciudades del país. La diáspora, definitivamente opositora al gobierno de Nicolás Maduro, ganó las calles en Madrid, Bogotá, Santiago, Buenos Aires o en donde el destino terminó por amortiguar la huida del flagelo a la que había sido condenada. Festejaban un eventual triunfo de la oposición aupada por algunas encuestas, pero el final de esta historia seguía abierto. Vaya —Maduro y Diosdado Cabello— a saber hasta cuándo.
Ellos dieron todas las muestras posibles de que no planean abandonar el poder aun cuando el resultado les sea esquivo. La guerra de encuestas (algunas veraces y las muchas inscriptas en las Fake News) se había disparado cuando aún las filas para votar sumaban cientos de metros.
La experiencia venezolana de los últimos cinco lustros indica que la(s) noche(s) será(n) larga(s) y que la posibilidad de escenarios para el futuro inmediato se achica. Un eventual triunfo justificará los festejos para cerrar un cuarto de siglo de destrucción sistemática y estructural de un país y la jibarizaron de la democracia, pero abriría, sin duda, un período de desmonte de una estructura institucional, la del chavismo, y de reorganización económica, social y política que demandaría varias décadas.
La posibilidad, lejana, de un triunfo del gobierno o el casi convencimiento de Maduro y los suyos por seguir el derrotero de Daniel Ortega en Nicaragua, abriría una nueva etapa en el longevo conflicto interno. Forzaría a buena parte de la población a ganar las calles y a enfrentar, una vez más, el andamiaje represivo respaldado por unas fuerzas armadas leales, por mera cooptación, al chavismo.
Ese escenario —que ya se comenzaba a vislumbrar anoche con las brigadas de chavistas motoqueros armados recorriendo las calles de varias ciudades y denuncias varias— podría resultar letal para el devenir de la izquierda en la región. Lo sabe Lula, que ya llamó la atención al respecto, y lo sospechan los más racionales, como puede ser el caso del expresidente uruguayo Pepe Mujica. Pero eso a los Maduros le importa poco. Solo quedaría por corroborar si la comunidad internacional sigue actuando pour la galerie o termina haciendo lo que no hizo nunca hasta aquí desde que la vorágine del chavismo se adueñó de Venezuela. Forzar el fin del autoritarismo y velar por la voluntad popular, esa que anoche parecía volver a caer en el saco de los eufemismos.
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