¿Y para qué ser poetas en tiempos de penuria? preguntaba el poeta Hölderlin en su elegía Pan y vino que trata sobre la ausencia de lo divino en el mundo. Ahora podríamos preguntar: ¿y para qué ser filósofos en tiempos de la posverdad? A nadie le interesa ya la verdad objetiva, cada cual vive instalado en sus opiniones, sus emociones y sus creencias.
Hace poco se hizo la presentación en Quito de un libro casi extravagante, El fracaso de la Filosofía de la Liberación Latinoamericana, de Joaquín Hernández A. filósofo y académico, salvadoreño y ecuatoriano. Un libro que se lee con agrado a pesar de la profundidad del tema, el rigor del pensamiento y la precisión del lenguaje. Es casi extravagante escribir ahora un libro de filosofía.
Llegó a Quito hace cincuenta años a estudiar filosofía con los jesuitas y con maestros como Hernán Malo, Eduardo Rubianes y Julio Terán Dutari. Formó parte de un grupo de estudiantes que se empeñó en estudiar el pensamiento latinoamericano con filósofos argentinos radicados en Quito como Rodolfo Agoglia y especialmente Arturo Roig.
Joaquín, logró con creatividad y empeño, hacer lo imposible para que la filosofía fuese una carrera y una vida, superando el postulado práctico de que no se puede vivir de la filosofía y el dictamen de la chacota popular que define la filosofía como aquello con lo cual o sin lo cual, el mundo sigue tal cual.
Joaquín es conversador cautivante y dueño de fina ironía que no le abandona nunca. El servicio a la verdad y a la libertad han sido las características de su tarea como académico, columnista y escritor. Cincuenta años de servicio a la cultura ecuatoriana.
Cuando se acercan los premios Eugenio Espejo, Joaquín Hernández es una figura de nuestro entorno cultural que debemos tomar en cuenta. El valor de su pensamiento para Ecuador y Latinoamérica se puede tasar por los comentarios que ha merecido de una figura internacional como Enrique Krause, difundidos en la presentación de su obra en Quito.
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