En la última consulta popular –realizada el pasado domingo 21 de abril–, si bien hubo once preguntas, en realidad se trataba de dos grandes temas: seguridad ciudadana el uno, y modernización y apertura de la economía del Ecuador el otro.
En el primer gran tema, la respuesta fue sólidamente sí. En el segundo gran tema, la respuesta fue no.
Esas dos preguntas que recibieron el no generan una enorme preocupación, pues reafirman que somos una sociedad absolutamente renuente al cambio, a la modernización y con muy poco entendimiento de las realidades económicas.
En este sentido, el no a las dos preguntas sobre contratos laborales por horas y a la posibilidad de que los convenios con otros países sobre inversión incluyan una cláusula de arbitraje guarda mucha coherencia con el no a la producción del Yasuní, en cuanto a falta de entendimiento de la realidad del Ecuador por parte de los votantes.
En un país en que hemos perdido casi la mitad de la reserva monetaria internacional en 18 meses, y que tiene una profundísima crisis fiscal, el electorado decidió que se debe suspender la producción del Yasuní, que fiscalmente representa más o menos 400 millones de dólares, pero que en la balanza de pagos representa 1.200 millones de dólares de exportaciones.
Esto, mientras no hay plata para pagar servicios de salud, no hay plata para pagar a la Cruz Roja la sangre que entrega a los hospitales públicos, no hay plata para movilización de fuerzas del orden, no hay plata para ninguna inversión pública de relevancia.
Y la negativa a que se contrate por horas tiene el sinsentido de que 2/3 partes de la población no tienen empleo formal, no tienen protección de seguridad social y, aun así, la población escoge seguir con un sistema que ha consagrado el fracaso de la generación de empleo.
Pero además de ello, los votantes reciben remesas del exterior, de parientes que están trabajando por horas. Muchos de los votantes tienen deseos de emigrar, y trabajarían por horas. Por lo tanto, es realmente inconcebible, por más engaño que hayan inoculado ciertos sectores políticos, que el electorado vote como votó. Y esto lo digo porque, en el caso del Yasuní, el sector político que más se opuso al cambio de la legislación laboral también fue un ferviente defensor de que la explotación del Yasuní continuara, y en ese caso perdió. Por lo tanto, no hay duda de que es el electorado el que no conoce la realidad y sigue creyendo que este país se puede resolver sin profundas transformaciones estructurales y, por sobre todo, sin sacrificios y un arrimar el hombro de todos los ecuatorianos.
La formación de la comisión para desarmar el Yasuní es para que, como dicen algunos en forma popular, “estemos listos para la foto”.
En un país con la realidad económica del Ecuador de hoy, esa decisión no es un tiro en el pie, sino un tiro en la sien, a corta distancia, y con una pistola calibre 44, ni siquiera 9 milímetros. El Ecuador decidió en dos consultas que se aferra a su autodestrucción.
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