Cierto es que son las mismas organizaciones políticas las que se esmeran por desprestigiarse y producir la repulsa ciudadana. Inclusive, parecería -por sus obras los conoceréis- que no les importa. Saben que, bajo el paraguas de la obligación legal electoral, a gusto o disgusto, serán las que en el orden público dirigirán el destino nacional, ya desde el gobierno central, ya desde los organismos seccionales, ya desde las diferentes instancias estatales.
Asimismo, es menester tener en cuenta que no son pocos los poderosos pertenecientes al sector privado que, en público, condenan el accionar político, pero casa adentro están muy cómodos con lo que sucede, siempre ganando con el descalabro e insensibles con los perjuicios que se ocasionan a la gran mayoría cuya voz de reclamo y de auxilio no es solamente no escuchada, sino muchas veces despreciada. Agréguese a esa realidad la indiferencia de las universidades, las cámaras de Producción, los gremios profesionales y no pocos medios de comunicación social que, olvidando su responsabilidad de contribuir al desarrollo social, son consecuentes con el que paga la pauta publicitaria.
Y, en medio de la turbulencia política clientelar, los dirigentes y camarillas de los trabajadores, indígenas, campesinos y de otras entidades clasistas, identificados con ideas fracasadas y los mismos aspavientos inútiles de décadas, se encuentran muy bien gozando de los privilegios que jamás alcanzarán a sus asociados.
La realidad descrita, que, para muchos, será diminuta comparada con la verdad, tiene que cambiar para que el país y su población ganen; para que el Ecuador también transite el camino del desarrollo y su pueblo el del bienestar permanente. El cambio necesario para bien que debe concretarse está en las mentes y en las manos de los ecuatorianos. Nadie más tiene que intervenir y siendo así, por lo tanto, lo lógico dice que será más simple y posible lograrlo. Esto, además, no es cuestión de echarle la culpa a alguien. Lo obligatorio es asumir la responsabilidad de lo que ocurra y todos alineados en el mismo propósito: el Ecuador y los ecuatorianos.
Los grandes acuerdos nacionales no implican abjurar de las creencias políticas o de los compromisos adquiridos. Sí deponer de los extremos y de lo dogmático para dar lugar a lo pertinente y conveniente. No implica renunciar a las luchas, sí posibilitar las sumas cuyo beneficio sea la causa común. No implica debilidad, sí inteligencia para promover fortalezas y oportunidades. No implica la desaparición de los políticos, sí que su accionar esté íntimamente vinculado con el buen gobierno.
La derrota, lo negativo y la desconfianza sí pueden y deben trocarse por el triunfo, lo positivo y la confianza. Esa tarea no es sólo de unos ni es opcional, es de todos y es obligatorio. El país requiere ser parte del progreso, los ecuatorianos lo merecen.
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