En un mundo marcado por la incertidumbre y el aislamiento, un reciente informe científico emitido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) revela un impactante aumento del 25% en la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión durante el primer año de la pandemia por COVID-19.
El estrés sin precedentes desencadenado por el distanciamiento social obligatorio, sumado a las limitaciones en la capacidad de las personas para mantener sus rutinas laborales y brindar apoyo a sus seres queridos, ha contribuido significativamente a este preocupante fenómeno, según lo señalado por la entidad.
El Dr. Oscar A. Paulucci, psicoanalista y miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), explicó en una reciente entrevista con Infobae que este aumento en los casos de depresión puede atribuirse a una creciente sensación de precariedad en la vida moderna. La falta de estabilidad laboral y emocional, junto con la amenaza constante de perder conexiones sociales significativas, ha dejado a muchos en un estado de vulnerabilidad emocional.
Además, Paulucci destacó la rápida sustituibilidad de los vínculos humanos en la era digital, donde las relaciones pueden desvanecerse con un simple clic. Esta falta de profundidad en las relaciones interpersonales dificulta el proceso de duelo y la aceptación de pérdidas significativas.
Sin embargo, es crucial distinguir entre los períodos transitorios de tristeza y la depresión clínica. La psicóloga Irene Ampuero, del Instituto Psicológico Cláritas de Madrid, España, enfatizó que mientras la tristeza es una respuesta emocional natural a la pérdida, la depresión se caracteriza por síntomas persistentes que afectan negativamente la vida diaria de un individuo.
Los síntomas de la depresión incluyen una amplia gama de manifestaciones, desde cambios en el estado de ánimo hasta problemas de sueño y dificultades para concentrarse. Para un diagnóstico de depresión, los pacientes deben experimentar al menos cinco de estos síntomas durante un período mínimo de dos semanas.
En términos neuroquímicos, la depresión se asocia con una disminución en la actividad de neurotransmisores clave, como la serotonina y la dopamina, lo que puede alterar profundamente el estado de ánimo y la cognición. Investigaciones recientes han revelado una disminución en la materia blanca del cerebro en personas con depresión, lo que subraya la complejidad de esta condición y la necesidad de avanzar en tratamientos más efectivos.
Este aumento en los casos de ansiedad y depresión durante la pandemia subraya la importancia de abordar no solo los aspectos físicos, sino también los mentales y emocionales de la salud en la respuesta global a la crisis sanitaria.
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